Saturday, December 26, 2015

¿Qué significa “estudiar la Biblia”? – Parte 1

¿Qué significa “estudiar la Biblia”? Vamos por partes. Primero, ¿qué es ‘estudiar’? —aunque, claro, si vamos a ir por partes y pensando con más detalle las palabras y sus intenciones, entonces esta nota propone a su audiencia la necesidad de estar en esa sintonía intelectual en particular, aquella de pensar con más detalle; de otro modo, sin la disposición de hilar más fino las ideas, entonces esta nota pierde su sentido.

Si por estudiar se entiende ‘recibir enseñanzas en las universidades o en otros centros docentes’ –incluyendo congregaciones de crianza y adoctrinamiento religioso–, entonces ese ‘estudiar’ es recibir una programación cultural en particular. La vida en sociedad, la granja de la cultura, funciona, en parte, inculcando o programando ideas, conceptos, valores, principios, hábitos y prácticas en los demás. El efecto de este tipo de estudio es quedar debidamente programados para funcionar en determinado tipo de sociedad. Este ‘estudiar’ es una acción que ejerce un ambiente cultural sobre el individuo y el ejercicio es de tipo docente: centrado en la enseñanza; es decir, encausar al otro en determinada manera de interpretar un tema.

Por otro lado, si por estudiar se entiende ‘ejercitar el entendimiento para alcanzar o comprender algo’, entonces este otro ‘estudiar’ es una acción que ejerce el individuo sobre el ambiente cultural a su alrededor y el ejercicio es de tipo cognitivo: centrado en el aprendizaje; es decir, desarrollar el conocimiento propio sobre un tema e intentar hacer aportaciones al ambiente cultural.

Por supuesto, la enseñanza y el aprendizaje se complementan para lograr una educación. Pero hay muchas educaciones posibles; por ejemplo, hay educación moral, educación política, científica, secular, religiosa, histórica, filosófica, educación cívica, etc. ¡Vaya!, que hay muchas maneras para encausar a la gente y múltiples formas de encausarse uno mismo. Lo recomendable es tener amplitud de miras para evitar los múltiples tropiezos de las diversas formas de fanatismo; por ejemplo, el tropiezo de afirmar que la nuestra es “la mejor” educación por encima de todas las demás.

Pensar en la idea de ‘estudiar’ nos condujo a pensar sobre enseñanza, aprendizaje y educación. Todo esto porque recién consultaba el texto griego del Nuevo Testamento en la siguiente página: www.gntreader.com.

Saturday, October 24, 2015

Quemar lo diferente

La pintura aquí mostrada de Pedro Berruguete retrata una disputa entre el sacerdote católico Domingo de Guzmán Garcés y los cátaros albigenses en la que los libros de ambos fueron arrojados al fuego y los libros de Domingo fueron milagrosamente preservados de las llamas. La pintura refleja un vehemente anhelo por tener la razón por encima de una opinión diferente.

En su escrito titulado Almansor, el poeta alemán Heinrich Heine escribió en 1821:

“Das war Vorspiel nur. Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen.” — “Eso fue sólo el juego previo. Ahí donde se queman libros se acaba quemando también seres humanos.” — “That was but a prelude; where they burn books, they will ultimately burn people as well.”

El genocidio cátaro en el año 1244 durante la cruzada albigense, ejecutado bajo el grito analfabeta: “¡Dios así lo quiere!”, es un ejemplo de semejante atrocidad; su preludio sería la despótica censura de textos durante el proceso del canon bíblico siglos atrás. La siniestra quema de libros, en 1933, por alumnos de la Universidad Friedrich Wilhelm en Berlín llegó a ser el preludio aludido por Heine de lo que después fue el Holocausto judío.

Hay una correlación histórica entre quemar libros y quemar a las personas que los escribieron o los leyeron. Algunas palabras escritas han representado algo potencialmente muy peligroso, tanto es así que se ha buscado desaparecerlas en las llamas de la más brutal censura. Tanto así se condenaba lo que era considerado como aberración o como falsedad que no sólo se buscó desaparecer a las palabras sino también a quienes las expresaban. Pero tan vehemente indignación en contra del supuesto error provoca la sospecha sobre la realidad del caso: si lo que dicen las palabras resulta intolerable a tal grado y es en absoluto inaceptable concederles ni un solo trozo de razón, entonces por qué sería necesario hacer algo para destruirlas en lugar de simplemente dejar que el error se desvanezca por su propia inverosimilitud. Por supuesto, una respuesta extrema como la quema de libros, y la quema de sus escritores y lectores, suele ocurrir no a favor de la verdad ni a favor de la ilustración de las masas sino a favor de un dominio monopólico sobre el asunto.

La quema o censura de libros representa miedo, ignorancia e intolerancia ante una opinión diferente. Una mentalidad de blanco y negro absolutos es incapaz de aceptar y tolerar la heterodoxia. Una mentalidad basada en extremos tacha y condena como herejía a todo lo que no es capaz de comprender. Una persona con semejante mentalidad se auto-convence de que su deber es aplastar y extinguir lo que no entiende.

Las mismas llamas que arden e intentan extinguir las supuestas palabras de la equivocación también arden en el pecho de los enfermos de poder y de los culpables de una avaricia extrema por tener siempre toda la razón.

Los proyectos de investigación ecdótica que utilizan métodos histórico-críticos suelen ofrecer versiones muy distintas de la historia que las versiones populares. Una historia popularizada, de tipo escolar, suele convertirse en propaganda de una sola perspectiva. Una razón de tal efecto es que lo popular suele aceptarse acríticamente y, además, porque se ignora qué es la historiografía y cómo funcionan los relatos históricos. Al imperar un literalismo analfabeta se cae en un realismo ingenuo, el cual cree que la realidad histórica absoluta es lo que dicen literalmente esos relatos. Digamos, por analogía, que ocurre la misma tontería si alguien cree que debe volar como un pájaro al escuchar “¡Vete volando!” cuando se le dice que debe darse prisa.

Tal tropiezo de interpretación es similar a lo mencionado en el artículo «Joan Ramon Resina: “No hay que confundir la historia con la realidad”». La incompetencia para interpretar adecuadamente los relatos históricos suele producir amargas e innecesarias escisiones sociales. Digo innecesarias pues son del todo artificiales ya que provienen de confundir como “realidad” lo que representan los relatos historiográficos.

«La historia es un relato: una construcción retrospectiva a base de seleccionar elementos susceptibles de plasmar una cierta coherencia y de descartar otros que no encajan en la trama escogida. Confundir el producto historiográfico con la realidad es siempre peligroso.» —Joan Ramon Resina

Saturday, August 15, 2015

¿Quién editó la Biblia?

¿Qué es un editor autorizado? ¿En qué condiciones un editor autorizado podría adulterar lo dicho por el autor? ¿Cuándo un editor puede «corregirle la plana» a un autor? ¿Quiénes fueron los editores, autorizados o no, tomemos por caso, de la Biblia? Es decir, ¿quiénes han enmendado ese conjunto de textos antiguos? ¿Qué enmiendas se han hecho, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué?

¿Qué relación habría entre investigar esas cuestiones y la madurez espiritual? ¿Qué es la madurez espiritual y qué relación guarda con los procesos de transformación personal hacia una adultez autónoma? Si hoy es difícil para un adulto lograr una autonomía financiera sostenida, ¿acaso sería más asequible lograr, al menos, una total autonomía intelectual? —Todas estas preguntas han sido objeto de indagación más profunda por parte de quienes se ponen a sí mismos en la sintonía adecuada para ello. Por ahora regresemos al asunto de la edición.

¿Qué hace un editor? ¿Qué tipo de relación hay entre el autor y el editor de un texto? Cualquiera que investigue un poco sobre los procesos editoriales a través de los cuales hoy se logra publicar algún texto podrá constatar que en tales procesos confluyen una diversidad de intereses sobre no pocos aspectos alrededor de lo publicado. En el esfuerzo editorial confluyen diversos objetivos de tipo financiero, profesional, cultural, etc., y tal esfuerzo intentaría armonizar el logro del mayor número posible de tales objetivos.

Por supuesto, el esfuerzo editorial en la época presente no es exactamente el mismo que durante los primeros cuatro siglos antes de la formación del canon cristiano. Por ejemplo, el papel hoy es un artículo común mientras que en la antigüedad conseguir unas cuantas hojas de papel era algo muy exclusivo y reservado para ciertas minorías selectas con los recursos adecuados. Por lo que poner por escrito algo en la antigüedad representaba un suceso no tan común como lo es hoy, pero publicar algo en la antigüedad implicaba un esfuerzo editorial con objetivos específicos, tal como hoy.

Un editor toma decisiones sobre lo que intenta hacer público. Por ejemplo, lograr el canon textual cristiano –es decir, la lista oficial de textos antiguos que representan públicamente al cristianismo– implicó decidir, entre muchos posibles textos, cuál texto sería incluido y cuál sería excluido de tal canon. No importa si quienes tomaron esas decisiones se reconocían o no como editores autorizados de la Biblia, lo que importa es que de hecho lo fueron.

La Biblia ha sido objeto de muchas decisiones editoriales y cada decisión provino del conjunto de intereses del esfuerzo editorial en turno para lograr sus propios objetivos específicos. Un ejercicio básico de crítica textual demuestra que se tomaron decisiones para enmendar muchos de sus textos; es decir, para lograr lo que en algún punto se consideró como algún tipo de mejora o para de plano remover algo considerado erróneo. Hay muchas enmiendas menores y algunas enmiendas mayores, pero vayamos al grano: ¿han ocurrido enmiendas que afectan alguna doctrina central del cristianismo?

Por supuesto, para aproximarse a tal pregunta sería necesario primero aclarar qué es una doctrina central del cristianismo. Hay diversidad de posibilidades pues no hay un consenso indiscutible acerca de cuál conjunto de doctrinas representa lo central en toda la pluralidad de cristianismos desde sus inicios.

Por ejemplo, para algunos sistemas doctrinales cristianos la divinidad de Jesucristo es una creencia central, pero hay otros sistemas doctrinales cristianos para los cuales la divinidad de Jesucristo no sólo no es central sino que además es una creencia falsa, y por muy buenas razones según tales otras doctrinas.

Los métodos de estudio histórico-crítico aplicados a los textos bíblicos, desde hace un par de siglos, han servido para analizar las ardientes controversias ocurridas en los primeros siglos del cristianismo por dominar el campo teológico de entonces. Cada partido o facción contendía por ser la más cercana al cristianismo original y lo argumentaba respaldándose en los textos a su disposición, ya sean editados o falsificados, que les servían para intentar adjudicarse la ortodoxia del cristianismo. Sin embargo, no hay un consenso unánime entre los historiadores textuales pues cada facción incurrió en sus propias ediciones o falsificaciones. Al parecer, ningún partido cristiano se contuvo de hacer las ediciones o falsificaciones que más convenían a sus propios intereses.

Saturday, July 18, 2015

¿El original?

¿A qué nos referimos cuando decimos que tenemos un texto original tal como fue escrito o dictado por el mismísimo autor? Si decimos tener acceso directo a un texto original manuscrito, ¿acaso con eso pretendemos decir que podemos lograr exactamente los mismos pensamientos que el autor, sin importar toda distancia tanto en el tiempo como en el espacio?

Quizá la lectura de cualquier texto está teñida con las preconcepciones del lector y una lectura atenta deberá reconocer la necesidad de distinguir entre lo agregado por el lector y lo que dice realmente un texto. Lo mismo se aplica para la lectura del presente texto o si leemos textos antiguos, como los textos bíblicos o los textos de, por ejemplo, Giambattista Vico.

En esta ocasión quiero invitar a pensar pausadamente en lo que puede significar la idea referida cuando decimos un “texto original” pues en la disciplina histórica de la crítica textual –es decir, la ecdótica– suele haber una variedad de posibilidades.

Si por texto original se entiende lo primero que cronológicamente fue escrito sobre papiro, pergamino o papel entonces cabe preguntar si ese original es lo que realmente quiso decir el autor. No todo autor tiene la misma capacidad para redactar con claridad prístina al primer intento, muchos autores suelen requerir varias ediciones para empezar a comunicar su intención original. Otros autores suelen cambiar de opinión o ajustar lo que querían decir una vez que releen lo originalmente escrito. Para analizar un ejemplo basta que uno mismo intente redactar una composición sobre alguna idea de importancia personal con al menos una cuartilla de extensión y publicarla para saber si logramos en realidad comunicar nuestra idea, o simplemente releerla al día siguiente o una semana después.

La primera edición de un texto puede ser la original cronológicamente pero no en todos los casos representa la intención original del autor. Una investigación en crítica textual —que es algo muy distinto de la crítica literaria, aunque ambas disciplinas pueden fecundarse mutuamente— representa el esfuerzo de analizar y constatar la evolución histórica de lo escrito por un autor. A partir de esa indagación, una subsiguiente investigación en crítica mayor o análisis histórico-crítico podría proponer, o refutar, sistemas de interpretación para poder llegar a afirmar, o negar, la evolución de la intención histórica de un autor.

Aún si contáramos con un manuscrito original de puño y letra de un autor, eso no justifica afirmar que una interpretación nuestra en el presente sea idéntica a la intención del autor en el tiempo y en la distancia histórico-cultural. Podríamos especular sobre cuál podría ser la intención ajustada de ese autor dadas las condiciones de un contexto presente, por ejemplo: “¿Qué opinaría Adam Smith o Karl Marx del mundo socio-económico de hoy?”, pero nada evita que por nosotros mismos debemos prepararnos para interpretar cada vez mejor los textos antiguos dadas las condiciones de nuestra propia situación actual. Los textos de Adam Smith, Karl Marx, Pablo de Tarso o Giambattista Vico requirieron la destreza de esos autores para ser creados, y esos autores redactaron –es decir, ordenaron sus ideas– como seres históricos, así mismo se requiere de nuestra destreza para ordenar nuestras ideas sobre economía, epistemología o cristianismo en nuestro propio contexto actual y sin pretender tomar como principio de autoridad que contamos con “el original” de algún texto antiguo.

Saturday, June 6, 2015

Amuleto

Hoy en día muchos ciudadanos con acceso a bibliotecas y con el hábito de reflexionar sobre la experiencia –propia y de otros– logran ir más a fondo en su investigación de la realidad de un asunto. Así logran cada vez hacer mejores distinciones entre mera apariencia y la realidad subyacente; para empezar, se requiere interés y ganas de aprender, es decir de mejorar o cambiar la mentalidad propia en dicho asunto. Por otro lado, hay también quienes no albergan disposición alguna para cuestionar su mentalidad sobre un asunto dado pues imaginan que todo lo que pueda conocerse de tal asunto ellos ya lo saben y creen que las preguntas al respecto están enteramente cerradas.

Por ejemplo, el asunto de la administración de proyectos para crear soluciones de negocio basadas en software, o el asunto de la interpretación de textos antiguos (como la Biblia o la «República» de Aristocles), son asuntos en donde abunda un profundo analfabetismo; es decir, no se tiene conciencia de que se desconocen aspectos muy básicos ya plenamente documentados desde hace décadas o siglos, respectivamente, sobre la creación de software y sobre la historiografía occidental. Algo irónico es que sobre esos asuntos suelen escucharse vociferantes afirmaciones sobre “la altísima prioridad” y “la enorme importancia” de algún proyecto de desarrollo o de alguna ideología religiosa, y al mismo tiempo, con frecuencia, tal prioridad e importancia nunca llega a la mejora o cambio de mentalidad sino que se queda tan sólo en vociferaciones y en hacer más de lo mismo.

Por supuesto, la sugerencia, en esta breve perorata, es pensar y hacer más como aquellos ciudadanos aludidos al inicio de mi párrafo inicial. Es decir, como aquellos que usan un libro no como amuleto, talismán o fetiche, sino como medio de transmisión de algo en la historia de un asunto.

Algunos miembros de partidos religiosos en la antigua Palestina solían llevar consigo frases de sus textos sagrados escritas en pequeños pedazos de metal, madera o tela. A tal objeto se atribuía la virtud de alejar el mal o propiciar el bien; es decir, se usaba como amuleto. A decir de cómo muchos hoy usan un libro, pareciera que aún esa superstición sigue vigente.

Un libro no debe ser un objeto de culto o fetiche, ya sea la Biblia o la República, «El Capital» de Karl Marx o «La riqueza de las naciones» de Adam Smith, sino como medio para analizar, para reflexionar, para cuestionar, para dudar y para pensar sobre las experiencias de otros en la historia de un asunto.

Además, si se toma más en serio la historia de un texto, entonces los esfuerzos de los profesionales en filología, en ecdótica y crítica textual suelen ofrecer mucho material para la reflexión sobre el asunto del texto en cuestión.

Monday, April 13, 2015

¿Falsificación justificada?

El crítico textual también indaga evidencia de falsificaciones, ya sea en textos antiguos o contemporáneos, ya sea filosóficos, políticos, religiosos, etc.; es decir, evidencia de textos que afirman haber sido escritos por un autor famoso o influyente, pero que en realidad fueron escritos por alguien desconocido que intentó poner sus propias palabras en boca de ese autor famoso e influyente para dar la apariencia de que ese autor piensa como él. Señalaré a continuación una controversia histórica.

¿Acaso entre sectas cristianas todavía hoy se discute quién es y quién no es un “falso maestro”? Después de los enconados conflictos en el interior del cristianismo, hace más de 20 siglos, sobre cuál es “la sana enseñanza”, quizá hoy debiera quedar claro que ninguna de sus numerosas sectas posee el monopolio del “evangelio verdadero”. O quizá lo que quedaría claro es que ese fanatismo es un rasgo propio de algunos cristianismos —enfatizo «algunos cristianismos» pues no todos los cristianismos comparten ese rasgo.

La acusación de “falso maestro” suele encender una de las emociones más típicas del talante cristiano fanático, y la prende tanto en el acusador como en el acusado: el ardor por ser dueño de la verdad cristiana más grande.

El contenido particular de tal verdad ha variado desde entonces, según el partido al que han pertenecido el acusador y el acusado; así que no ha habido una sola “verdad cristiana más grande”. Lo que permanece constante es la implicación de que si el acusador es dueño de esa verdad, entonces por fuerza el acusado es dueño de una macabra mentira y el acusador está obligado a someter a toda costa a su oponente. El acusado, a su vez, está por completo convencido de exactamente lo mismo, pero hacia su acusador. Ambos, acusador y acusado, dirían a la vez que estaban “bajo ataque” o que “la verdad estaba siendo atacada”.

Por ejemplo, los conflictos entre judeocristianos y cristianos no judíos durante los primeros siglos de la Era Común: ¿debían circuncidarse y convertirse al judaísmo aquellos no judíos que se hicieran cristianos? La batalla, al parecer, la perdieron al final los judeocristianos, pero no les faltaban argumentos a su favor; p. ej., todo cristiano debe por supuesto circuncidarse y seguir la ley judía pues Jesús era judío, sus seguidores eran judíos, ellos y Jesús mismo enseñaron la ley judía, Jesús era el Mesías judío enviado por el Dios judío al pueblo judío. Por lo que seguir a Jesús claro que significa circuncidarse y convertirse al judaísmo. Punto. Fin de la discusión (al menos para los judeocristianos de ese entonces).

En ese entonces, décadas o siglos posteriores a la muerte de los apóstoles de Jesús, pero antes de la formación del canon bíblico novotestamentario, lo único que podría resolver este tipo de conflictos sería contar con un texto que tocara el tema en cuestión y que haya sido escrito por alguien reconocido como autoridad cristiana: algún apóstol de Jesús.

En el ardor de este conflicto, como en muchos otros casos documentados, tanto acusador como acusado pudieron verse en una desventajosa situación: estar totalmente convencidos de su posición pero no contar con un texto apostólico que la respalde. Ante tal situación no pocos optaron por inventar un texto que resolviera el conflicto a su favor y simular que fue escrito por algún apóstol de Jesús. Muchas de esas falsificaciones fueron con claridad identificadas y rechazadas en el proceso de formación del canon bíblico cristiano, siglos después. Pero, según argumentan no pocos eruditos en crítica textual, no en todos los casos se logró esa identificación. Por lo que la pregunta pertinente es: ¿podría haberse aceptado un texto falsificado como parte del canon bíblico novotestamentario? De ser así entonces ese texto quedó preservado en el canon bíblico y los textos de los oponentes quedaron olvidados o destruidos.

Este tipo de controversias son parte del material estándar en las materias de la crítica textual hoy en día. Relacionado con el conflicto del ejemplo mencionado, el texto de la carta a los Colosenses, supuestamente escrita por el apóstol Pablo, está en medio de una de esas controversias. El acusador en ese ejemplo puede ser quien haya escrito la carta a Colosenses y no el apóstol Pablo. Así lo argumentan críticos textuales como John J. Gunther, Thomas Sappington, Richard DeMaris, Clinton Arnold, Troy Martin, entre muchos otros, pues han estudiado a fondo el caso y no han quedado convencidos de la autoría registrada en el canon bíblico. Entre otras razones, estos críticos apuntan a las inconsistencias en el texto de Colosenses con respecto a otros textos cuya autoría del apóstol Pablo casi por completo carece de cuestionamientos.

Otros textos del canon cristiano, supuestamente escritos por el apóstol Pablo, también están involucrados en controversias similares: Efesios, 2ª Tesalonicenses, 1ª Timoteo, 2ª Timoteo y Tito.

El asunto deja mucho espacio para la ironía: siendo el canon bíblico cristiano un conjunto de textos que apelan a una supuesta verdad, pero que esté plagado de supuestas falsificaciones.

Monday, March 16, 2015

¿Palabras omitidas o añadidas?

¿Qué dicen estas palabras? ¿Quién las dijo o quién las escribió? ¿Cuándo, dónde, por qué y para qué fueron dichas o escritas? —estas preguntas son básicas para aquel con un interés mínimo por el estudio de la palabra, tanto oral como escrita. Tales preguntas cobran especial relevancia al enfrentar la lectura de textos antiguos ya sean, por ejemplo, filosóficos o religiosos. La ecdótica y los métodos de estudio histórico-crítico representan una manera para estudiar a conciencia un texto antiguo y para desarrollar esas preguntas como búsqueda de las verdades justificables sobre dicho texto.

Por ejemplo, en un texto neotestamentario, en la primera parte de Lucas 23:34, una traducción del griego koiné al castellano contemporáneo es: “Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»”

A la pregunta ¿quién dijo eso?, una expresión de realismo ingenuo responde sin ningún escrúpulo: “Jesús. En ocasiones tal respuesta incluso se acompaña, con alarde procaz, de otra expresión que afirma tanto la total claridad del texto como, de paso, la ineptitud de la pregunta. Por fortuna, un lector crítico cuenta con otras habilidades de lectura más allá de las del realismo ingenuo. Por fortuna, ese lector podría comparar algunas copias manuscritas en griego disponibles en Internet, o simplemente poner atención a las notas en letra pequeña de muchas ediciones contemporáneas del Nuevo Testamento. Tarde o temprano ese lector, ávido de veracidad, enfrentaría el hecho de que los manuscritos más antiguos, más completos y fiables del texto en cuestión no cuentan con esas palabras, y de que sólo aparecen en copias tardías. Por lo que otras preguntas pertinentes serían, por ejemplo: ¿quién añadió eso, o quién lo eliminó, cuándo lo hizo, y para qué?

Desde el desarrollo inicial de los métodos histórico-críticos, durante el siglo XIX, hasta la fecha han ocurrido investigaciones y debates sobre ese texto —y muchos otros casos similares en el Nuevo Testamento. Las preguntas permanecen abiertas y animados aún los debates. Por ejemplo, hay quienes concluyen que esas palabras no fueron añadidas sino omitidas por copistas de épocas posteriores al año 70 de la Era Común (año de la caída de Jerusalén), pues consideraban a la caída de Jerusalén como prueba de que el dios cristiano no perdonó a los judíos, y por lo tanto esos copistas no podían permitir que la oración de Jesús apareciera como una oración sin respuesta. Por otro lado, otros investigadores concluyen que esas palabras no estaban en la narración original sino que fueron puestas en boca de Jesús por copistas en siglos posteriores, como contra-respuesta ante los enconados resentimientos antisemitas de algunas comunidades cristianas, quienes culpaban a los judíos por la muerte de Jesús; así, para esos otros copistas resultaba inaceptable la incongruencia de la caída de Jerusalén como castigo y su doctrina del perdón a los enemigos.

Hay muchas otras explicaciones del caso, cada una con diversas implicaciones históricas y teológicas, cada una con menor o mayor justificación, pero ninguna exenta de sus propios aspectos insatisfactorios.

Las ideologías fanáticas, ya sean, por ejemplo, filosóficas, políticas o religiosas, cuya sola base sea un precario conjunto de textos antiguos, suelen admitir una sola manera de interpretar sus textos fundacionales. Sin embargo, y para evitar caer preso de esa mentalidad estrecha, una ideología personal puede buscar y dar la bienvenida a los resultados de la crítica textual y abrazar la diversidad de interpretación y al debate abierto como formas de retrospección histórica.