¿A qué nos referimos cuando decimos que tenemos un texto original tal como fue escrito o dictado por el mismísimo autor? Si decimos tener acceso directo a un texto original manuscrito, ¿acaso con eso pretendemos decir que podemos lograr exactamente los mismos pensamientos que el autor, sin importar toda distancia tanto en el tiempo como en el espacio?
Quizá la lectura de cualquier texto está teñida con las preconcepciones del lector y una lectura atenta deberá reconocer la necesidad de distinguir entre lo agregado por el lector y lo que dice realmente un texto. Lo mismo se aplica para la lectura del presente texto o si leemos textos antiguos, como los textos bíblicos o los textos de, por ejemplo, Giambattista Vico.
En esta ocasión quiero invitar a pensar pausadamente en lo que puede significar la idea referida cuando decimos un “texto original” pues en la disciplina histórica de la crítica textual –es decir, la ecdótica– suele haber una variedad de posibilidades.
Si por texto original se entiende lo primero que cronológicamente fue escrito sobre papiro, pergamino o papel entonces cabe preguntar si ese original es lo que realmente quiso decir el autor. No todo autor tiene la misma capacidad para redactar con claridad prístina al primer intento, muchos autores suelen requerir varias ediciones para empezar a comunicar su intención original. Otros autores suelen cambiar de opinión o ajustar lo que querían decir una vez que releen lo originalmente escrito. Para analizar un ejemplo basta que uno mismo intente redactar una composición sobre alguna idea de importancia personal con al menos una cuartilla de extensión y publicarla para saber si logramos en realidad comunicar nuestra idea, o simplemente releerla al día siguiente o una semana después.
La primera edición de un texto puede ser la original cronológicamente pero no en todos los casos representa la intención original del autor. Una investigación en crítica textual —que es algo muy distinto de la crítica literaria, aunque ambas disciplinas pueden fecundarse mutuamente— representa el esfuerzo de analizar y constatar la evolución histórica de lo escrito por un autor. A partir de esa indagación, una subsiguiente investigación en crítica mayor o análisis histórico-crítico podría proponer, o refutar, sistemas de interpretación para poder llegar a afirmar, o negar, la evolución de la intención histórica de un autor.
Aún si contáramos con un manuscrito original de puño y letra de un autor, eso no justifica afirmar que una interpretación nuestra en el presente sea idéntica a la intención del autor en el tiempo y en la distancia histórico-cultural. Podríamos especular sobre cuál podría ser la intención ajustada de ese autor dadas las condiciones de un contexto presente, por ejemplo: “¿Qué opinaría Adam Smith o Karl Marx del mundo socio-económico de hoy?”, pero nada evita que por nosotros mismos debemos prepararnos para interpretar cada vez mejor los textos antiguos dadas las condiciones de nuestra propia situación actual. Los textos de Adam Smith, Karl Marx, Pablo de Tarso o Giambattista Vico requirieron la destreza de esos autores para ser creados, y esos autores redactaron –es decir, ordenaron sus ideas– como seres históricos, así mismo se requiere de nuestra destreza para ordenar nuestras ideas sobre economía, epistemología o cristianismo en nuestro propio contexto actual y sin pretender tomar como principio de autoridad que contamos con “el original” de algún texto antiguo.
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