¿Qué es un editor autorizado? ¿En qué condiciones un editor autorizado podría adulterar lo dicho por el autor? ¿Cuándo un editor puede «corregirle la plana» a un autor? ¿Quiénes fueron los editores, autorizados o no, tomemos por caso, de la Biblia? Es decir, ¿quiénes han enmendado ese conjunto de textos antiguos? ¿Qué enmiendas se han hecho, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué?
¿Qué relación habría entre investigar esas cuestiones y la madurez espiritual? ¿Qué es la madurez espiritual y qué relación guarda con los procesos de transformación personal hacia una adultez autónoma? Si hoy es difícil para un adulto lograr una autonomía financiera sostenida, ¿acaso sería más asequible lograr, al menos, una total autonomía intelectual? —Todas estas preguntas han sido objeto de indagación más profunda por parte de quienes se ponen a sí mismos en la sintonía adecuada para ello. Por ahora regresemos al asunto de la edición.
¿Qué hace un editor? ¿Qué tipo de relación hay entre el autor y el editor de un texto? Cualquiera que investigue un poco sobre los procesos editoriales a través de los cuales hoy se logra publicar algún texto podrá constatar que en tales procesos confluyen una diversidad de intereses sobre no pocos aspectos alrededor de lo publicado. En el esfuerzo editorial confluyen diversos objetivos de tipo financiero, profesional, cultural, etc., y tal esfuerzo intentaría armonizar el logro del mayor número posible de tales objetivos.
Por supuesto, el esfuerzo editorial en la época presente no es exactamente el mismo que durante los primeros cuatro siglos antes de la formación del canon cristiano. Por ejemplo, el papel hoy es un artículo común mientras que en la antigüedad conseguir unas cuantas hojas de papel era algo muy exclusivo y reservado para ciertas minorías selectas con los recursos adecuados. Por lo que poner por escrito algo en la antigüedad representaba un suceso no tan común como lo es hoy, pero publicar algo en la antigüedad implicaba un esfuerzo editorial con objetivos específicos, tal como hoy.
Un editor toma decisiones sobre lo que intenta hacer público. Por ejemplo, lograr el canon textual cristiano –es decir, la lista oficial de textos antiguos que representan públicamente al cristianismo– implicó decidir, entre muchos posibles textos, cuál texto sería incluido y cuál sería excluido de tal canon. No importa si quienes tomaron esas decisiones se reconocían o no como editores autorizados de la Biblia, lo que importa es que de hecho lo fueron.
La Biblia ha sido objeto de muchas decisiones editoriales y cada decisión provino del conjunto de intereses del esfuerzo editorial en turno para lograr sus propios objetivos específicos. Un ejercicio básico de crítica textual demuestra que se tomaron decisiones para enmendar muchos de sus textos; es decir, para lograr lo que en algún punto se consideró como algún tipo de mejora o para de plano remover algo considerado erróneo. Hay muchas enmiendas menores y algunas enmiendas mayores, pero vayamos al grano: ¿han ocurrido enmiendas que afectan alguna doctrina central del cristianismo?
Por supuesto, para aproximarse a tal pregunta sería necesario primero aclarar qué es una doctrina central del cristianismo. Hay diversidad de posibilidades pues no hay un consenso indiscutible acerca de cuál conjunto de doctrinas representa lo central en toda la pluralidad de cristianismos desde sus inicios.
Por ejemplo, para algunos sistemas doctrinales cristianos la divinidad de Jesucristo es una creencia central, pero hay otros sistemas doctrinales cristianos para los cuales la divinidad de Jesucristo no sólo no es central sino que además es una creencia falsa, y por muy buenas razones según tales otras doctrinas.
Los métodos de estudio histórico-crítico aplicados a los textos bíblicos, desde hace un par de siglos, han servido para analizar las ardientes controversias ocurridas en los primeros siglos del cristianismo por dominar el campo teológico de entonces. Cada partido o facción contendía por ser la más cercana al cristianismo original y lo argumentaba respaldándose en los textos a su disposición, ya sean editados o falsificados, que les servían para intentar adjudicarse la ortodoxia del cristianismo. Sin embargo, no hay un consenso unánime entre los historiadores textuales pues cada facción incurrió en sus propias ediciones o falsificaciones. Al parecer, ningún partido cristiano se contuvo de hacer las ediciones o falsificaciones que más convenían a sus propios intereses.
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