Hoy en día muchos ciudadanos con acceso a bibliotecas y con el hábito de reflexionar sobre la experiencia –propia y de otros– logran ir más a fondo en su investigación de la realidad de un asunto. Así logran cada vez hacer mejores distinciones entre mera apariencia y la realidad subyacente; para empezar, se requiere interés y ganas de aprender, es decir de mejorar o cambiar la mentalidad propia en dicho asunto. Por otro lado, hay también quienes no albergan disposición alguna para cuestionar su mentalidad sobre un asunto dado pues imaginan que todo lo que pueda conocerse de tal asunto ellos ya lo saben y creen que las preguntas al respecto están enteramente cerradas.
Por ejemplo, el asunto de la administración de proyectos para crear soluciones de negocio basadas en software, o el asunto de la interpretación de textos antiguos (como la Biblia o la «República» de Aristocles), son asuntos en donde abunda un profundo analfabetismo; es decir, no se tiene conciencia de que se desconocen aspectos muy básicos ya plenamente documentados desde hace décadas o siglos, respectivamente, sobre la creación de software y sobre la historiografía occidental. Algo irónico es que sobre esos asuntos suelen escucharse vociferantes afirmaciones sobre “la altísima prioridad” y “la enorme importancia” de algún proyecto de desarrollo o de alguna ideología religiosa, y al mismo tiempo, con frecuencia, tal prioridad e importancia nunca llega a la mejora o cambio de mentalidad sino que se queda tan sólo en vociferaciones y en hacer más de lo mismo.
Por supuesto, la sugerencia, en esta breve perorata, es pensar y hacer más como aquellos ciudadanos aludidos al inicio de mi párrafo inicial. Es decir, como aquellos que usan un libro no como amuleto, talismán o fetiche, sino como medio de transmisión de algo en la historia de un asunto.
Algunos miembros de partidos religiosos en la antigua Palestina solían llevar consigo frases de sus textos sagrados escritas en pequeños pedazos de metal, madera o tela. A tal objeto se atribuía la virtud de alejar el mal o propiciar el bien; es decir, se usaba como amuleto. A decir de cómo muchos hoy usan un libro, pareciera que aún esa superstición sigue vigente.
Un libro no debe ser un objeto de culto o fetiche, ya sea la Biblia o la República, «El Capital» de Karl Marx o «La riqueza de las naciones» de Adam Smith, sino como medio para analizar, para reflexionar, para cuestionar, para dudar y para pensar sobre las experiencias de otros en la historia de un asunto.
Además, si se toma más en serio la historia de un texto, entonces los esfuerzos de los profesionales en filología, en ecdótica y crítica textual suelen ofrecer mucho material para la reflexión sobre el asunto del texto en cuestión.
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