El crítico textual también indaga evidencia de falsificaciones, ya sea en textos antiguos o contemporáneos, ya sea filosóficos, políticos, religiosos, etc.; es decir, evidencia de textos que afirman haber sido escritos por un autor famoso o influyente, pero que en realidad fueron escritos por alguien desconocido que intentó poner sus propias palabras en boca de ese autor famoso e influyente para dar la apariencia de que ese autor piensa como él. Señalaré a continuación una controversia histórica.
¿Acaso entre sectas cristianas todavía hoy se discute quién es y quién no es un “falso maestro”? Después de los enconados conflictos en el interior del cristianismo, hace más de 20 siglos, sobre cuál es “la sana enseñanza”, quizá hoy debiera quedar claro que ninguna de sus numerosas sectas posee el monopolio del “evangelio verdadero”. O quizá lo que quedaría claro es que ese fanatismo es un rasgo propio de algunos cristianismos —enfatizo «algunos cristianismos» pues no todos los cristianismos comparten ese rasgo.
La acusación de “falso maestro” suele encender una de las emociones más típicas del talante cristiano fanático, y la prende tanto en el acusador como en el acusado: el ardor por ser dueño de la verdad cristiana más grande.
El contenido particular de tal verdad ha variado desde entonces, según el partido al que han pertenecido el acusador y el acusado; así que no ha habido una sola “verdad cristiana más grande”. Lo que permanece constante es la implicación de que si el acusador es dueño de esa verdad, entonces por fuerza el acusado es dueño de una macabra mentira y el acusador está obligado a someter a toda costa a su oponente. El acusado, a su vez, está por completo convencido de exactamente lo mismo, pero hacia su acusador. Ambos, acusador y acusado, dirían a la vez que estaban “bajo ataque” o que “la verdad estaba siendo atacada”.
Por ejemplo, los conflictos entre judeocristianos y cristianos no judíos durante los primeros siglos de la Era Común: ¿debían circuncidarse y convertirse al judaísmo aquellos no judíos que se hicieran cristianos? La batalla, al parecer, la perdieron al final los judeocristianos, pero no les faltaban argumentos a su favor; p. ej., todo cristiano debe por supuesto circuncidarse y seguir la ley judía pues Jesús era judío, sus seguidores eran judíos, ellos y Jesús mismo enseñaron la ley judía, Jesús era el Mesías judío enviado por el Dios judío al pueblo judío. Por lo que seguir a Jesús claro que significa circuncidarse y convertirse al judaísmo. Punto. Fin de la discusión (al menos para los judeocristianos de ese entonces).
En ese entonces, décadas o siglos posteriores a la muerte de los apóstoles de Jesús, pero antes de la formación del canon bíblico novotestamentario, lo único que podría resolver este tipo de conflictos sería contar con un texto que tocara el tema en cuestión y que haya sido escrito por alguien reconocido como autoridad cristiana: algún apóstol de Jesús.
En el ardor de este conflicto, como en muchos otros casos documentados, tanto acusador como acusado pudieron verse en una desventajosa situación: estar totalmente convencidos de su posición pero no contar con un texto apostólico que la respalde. Ante tal situación no pocos optaron por inventar un texto que resolviera el conflicto a su favor y simular que fue escrito por algún apóstol de Jesús. Muchas de esas falsificaciones fueron con claridad identificadas y rechazadas en el proceso de formación del canon bíblico cristiano, siglos después. Pero, según argumentan no pocos eruditos en crítica textual, no en todos los casos se logró esa identificación. Por lo que la pregunta pertinente es: ¿podría haberse aceptado un texto falsificado como parte del canon bíblico novotestamentario? De ser así entonces ese texto quedó preservado en el canon bíblico y los textos de los oponentes quedaron olvidados o destruidos.
Este tipo de controversias son parte del material estándar en las materias de la crítica textual hoy en día. Relacionado con el conflicto del ejemplo mencionado, el texto de la carta a los Colosenses, supuestamente escrita por el apóstol Pablo, está en medio de una de esas controversias. El acusador en ese ejemplo puede ser quien haya escrito la carta a Colosenses y no el apóstol Pablo. Así lo argumentan críticos textuales como John J. Gunther, Thomas Sappington, Richard DeMaris, Clinton Arnold, Troy Martin, entre muchos otros, pues han estudiado a fondo el caso y no han quedado convencidos de la autoría registrada en el canon bíblico. Entre otras razones, estos críticos apuntan a las inconsistencias en el texto de Colosenses con respecto a otros textos cuya autoría del apóstol Pablo casi por completo carece de cuestionamientos.
Otros textos del canon cristiano, supuestamente escritos por el apóstol Pablo, también están involucrados en controversias similares: Efesios, 2ª Tesalonicenses, 1ª Timoteo, 2ª Timoteo y Tito.
El asunto deja mucho espacio para la ironía: siendo el canon bíblico cristiano un conjunto de textos que apelan a una supuesta verdad, pero que esté plagado de supuestas falsificaciones.
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