¿Qué dicen estas palabras? ¿Quién las dijo o quién las escribió? ¿Cuándo, dónde, por qué y para qué fueron dichas o escritas? —estas preguntas son básicas para aquel con un interés mínimo por el estudio de la palabra, tanto oral como escrita. Tales preguntas cobran especial relevancia al enfrentar la lectura de textos antiguos ya sean, por ejemplo, filosóficos o religiosos. La ecdótica y los métodos de estudio histórico-crítico representan una manera para estudiar a conciencia un texto antiguo y para desarrollar esas preguntas como búsqueda de las verdades justificables sobre dicho texto.
Por ejemplo, en un texto neotestamentario, en la primera parte de Lucas 23:34, una traducción del griego koiné al castellano contemporáneo es: “Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»”
A la pregunta ¿quién dijo eso?, una expresión de realismo ingenuo responde sin ningún escrúpulo: “Jesús”. En ocasiones tal respuesta incluso se acompaña, con alarde procaz, de otra expresión que afirma tanto la total claridad del texto como, de paso, la ineptitud de la pregunta. Por fortuna, un lector crítico cuenta con otras habilidades de lectura más allá de las del realismo ingenuo. Por fortuna, ese lector podría comparar algunas copias manuscritas en griego disponibles en Internet, o simplemente poner atención a las notas en letra pequeña de muchas ediciones contemporáneas del Nuevo Testamento. Tarde o temprano ese lector, ávido de veracidad, enfrentaría el hecho de que los manuscritos más antiguos, más completos y fiables del texto en cuestión no cuentan con esas palabras, y de que sólo aparecen en copias tardías. Por lo que otras preguntas pertinentes serían, por ejemplo: ¿quién añadió eso, o quién lo eliminó, cuándo lo hizo, y para qué?
Desde el desarrollo inicial de los métodos histórico-críticos, durante el siglo XIX, hasta la fecha han ocurrido investigaciones y debates sobre ese texto —y muchos otros casos similares en el Nuevo Testamento. Las preguntas permanecen abiertas y animados aún los debates. Por ejemplo, hay quienes concluyen que esas palabras no fueron añadidas sino omitidas por copistas de épocas posteriores al año 70 de la Era Común (año de la caída de Jerusalén), pues consideraban a la caída de Jerusalén como prueba de que el dios cristiano no perdonó a los judíos, y por lo tanto esos copistas no podían permitir que la oración de Jesús apareciera como una oración sin respuesta. Por otro lado, otros investigadores concluyen que esas palabras no estaban en la narración original sino que fueron puestas en boca de Jesús por copistas en siglos posteriores, como contra-respuesta ante los enconados resentimientos antisemitas de algunas comunidades cristianas, quienes culpaban a los judíos por la muerte de Jesús; así, para esos otros copistas resultaba inaceptable la incongruencia de la caída de Jerusalén como castigo y su doctrina del perdón a los enemigos.
Hay muchas otras explicaciones del caso, cada una con diversas implicaciones históricas y teológicas, cada una con menor o mayor justificación, pero ninguna exenta de sus propios aspectos insatisfactorios.
Las ideologías fanáticas, ya sean, por ejemplo, filosóficas, políticas o religiosas, cuya sola base sea un precario conjunto de textos antiguos, suelen admitir una sola manera de interpretar sus textos fundacionales. Sin embargo, y para evitar caer preso de esa mentalidad estrecha, una ideología personal puede buscar y dar la bienvenida a los resultados de la crítica textual y abrazar la diversidad de interpretación y al debate abierto como formas de retrospección histórica.
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