Hay hechos y hay interpretaciones de esos hechos. Un hecho tiene por base alguna evidencia intersubjetiva, una interpretación tiene por base algún esquema conceptual. Por ejemplo, un hecho histórico patente es que los manuscritos disponibles del Nuevo Testamento cristiano son composiciones en griego antiguo, del tipo helenístico o koiné.
Una interpretación teológica de ese hecho, por ejemplo, es que ese tipo de griego era la lengua franca (es decir, la que es mezcla de dos o más, y con la cual se entienden los naturales de pueblos distintos) en la Palestina del primer siglo de la Era Común y por eso el milagro de la inspiración divina ocurrió en esa lengua, como una elección divina para una mayor difusión de un mensaje divinamente inspirado.
Por fortuna, hay más teorías o estructuras conceptuales dentro de la categoría teológica que sirven de soporte a muchas otras posibles interpretaciones del mismo hecho. La teología puede ser un campo de exploración personal (e.g., La religión como poesía) y no sólo copia de interpretaciones dogmáticas tradicionales o institucionales. Otras teorías teológicas podrían dar cuenta de la discrepancia entre el pretendido milagro de palabras escritas por inspiración divina y el hecho de que no parece haber ocurrido milagro alguno para preservar hasta nuestros días esas mismas palabras supuestamente inspiradas de origen; es decir, con el hecho de que no contamos con ningún manuscrito original autógrafo de ninguno de los libros del Nuevo Testamento cristiano y que sólo contamos con copias de siglos posteriores a la vida de los personajes, copias que subsistieron en algunos pequeños fragmentos muy deteriorados sobre papiro o pergamino, y muchas copias posteriores con diversas diferencias entre sí.
La paleografía, o ciencia que estudia manuscritos antiguos, indica que del Nuevo Testamento cristiano no existe registro alguno de copia manuscrita completa que date del primer siglo de la Era Común, i.e., año uno al año cien. Tampoco existe registro de ninguna copia completa del segundo siglo, i.e., años 101 a 200; sólo se cuenta con registro del fragmento más antiguo conocido, está sobre papiro, se le conoce por P52, data del año 150, aprox., está escrito en griego koiné, y tiene el tamaño de una tarjeta actual para identificación personal. Asimismo, no existe registro de ninguna copia completa que date del tercer siglo, i.e., años 201 a 300. Las primeras copias manuscritas completas del Nuevo Testamento fueron compiladas en el siglo cuarto, i.e., años 301 a 400. Ciertamente, se cuenta con pequeños fragmentos de copias datadas a partir del segundo siglo, pero ni una sola copia del primer siglo.
Las copias disponibles más antiguas están en griego helenístico y, dado que la lengua que hablaron la mayoría de los personajes del Nuevo Testamento fue arameo, cabe la pregunta: ¿por qué griego y no arameo?
Una interpretación histórico-crítica del mismo hecho tomará como evidencia que el nivel de redacción y el tipo de composición literaria encontradas en esas copias en griego sugieren que los autores no fueron pescadores o campesinos analfabetas sino que contaban con los medios y las condiciones para lograr una educación muy escasa en esos días. ¿Quiénes escribieron el Nuevo Testamento, y por qué en griego?
Hay siete cartas canónicas atribuidas al apóstol Pablo sobre las cuales casi no hay controversia de su paternidad literaria, pero sobre las otras seis cartas atribuidas a Pablo sí hay mucha controversia entre los eruditos sobre si el autor fue realmente la misma persona, debido a la cantidad de diferencias no sólo literarias sino también teológicas. Por otra parte, existe consenso entre los eruditos sobre el anonimato de los autores de los evangelios canónicos; es decir, la atribución a Mateo, Marcos, Lucas y Juan es posterior, por siglos, a los textos mismos.
Todo esto importa desde una perspectiva histórico-crítica, y también importa para un mejor entendimiento o evaluación de teorías teológicas existentes; asimismo, importa para distinguir hechos históricos y para distinguir el tipo de teoría usada para interpretar esos mismos hechos. Que la lengua de las copias manuscritas sea griego helenístico podría no resultar relevante para una interpretación teológica o para una interpretación literaria, pero sí para una interpretación histórica. Lo pertinente es evitar el tropiezo de tomar una interpretación teológica como si fuese histórica; es decir, es prudente evitar que una explicación teológica de un hecho histórico sea tomada en sí misma como una explicación histórica.
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