Friday, August 26, 2016

Historia e interpretación

¿Cómo podemos conocer la realidad histórica de algo que sea importante? Si quisiéramos contar con conocimiento confiable de algo que supuestamente ha ocurrido en siglos pasados y en lugares distantes, ¿qué haríamos?, ¿cómo saber?

¿Cómo funcionan los estudios históricos? ¿Es posible establecer una “realidad histórica” más allá de una especulación argumentada basada en evidencia documental? Si todas las narraciones en esa base documental coinciden, entonces eso no es verificación de “la realidad histórica” del asunto, sino sólo que la especulación más probable aún no ha sido refutada. Por otro lado, si las narraciones no coinciden, entonces ¿cuál sería la narrativa más digna de confianza o debe ponerse en tela de juicio toda la base documental?

Mi interés en la reflexión histórica proviene del asombro que me provoca esa colosal pregunta: «¿De dónde venimos?» —por supuesto, no se puede saber con certeza sino sólo podemos intentar aproximaciones teóricas. La clave del asunto, entonces, está en mejorar nuestra destreza para evaluar teorías históricas.

Por ejemplo —con intención controversial—, se dice que algunos textos bíblicos son históricos; supuestamente uno de ellos es el texto llamado Hechos de los Apóstoles. ¿Describe alguna realidad histórica? Pero, ¿qué se puede concluir de las narrativas disímiles de un mismo hecho: la conversión de Pablo? Relatadas supuestamente no sólo por testigos oculares sino por el mismísimo Pablo en los versos 9:1-19 y de nuevo en el capítulo 22 y luego en el 29. ¿Cómo y por qué se constatan tantas variantes de un mismo hecho supuesto narrado por la misma persona involucrada?

Anselmo, el así llamado ‘padre’ de la escolástica, sugiere que primero se establece la fe —claro, se refiere a su particular tipo de fe católica— y sólo así se puede llegar a un entendimiento. Además sugiere que el sentido inverso nunca será posible; es decir, que no es posible entender una teología católica sin primero contar con la firme base de la fe católica particular. Tal sugerencia, por analogía, corresponde al papel que juega la teoría cuando un científico intenta explicar un fenómeno natural; es decir, no es posible hacer una interpretación consciente de un hecho experimental sin antes considerar la base conceptual sobre la que se apoya tal interpretación.

Una diferencia, por supuesto, es que Anselmo no está dispuesto a cuestionar su fe, mientras que el científico tiene conciencia de que la relación entre teoría y experimento no es unidireccional, sino que el experimento puede afectar a la teoría.

Así que poner a la ‘fe’ como respuesta final ante toda pregunta o indagación crítica sobre los manuscritos antiguos de las tradiciones judeocristianas no es otra cosa que una pésima forma de escolástica, i.e., filosofía de la escuela.

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