Si tiene usted algún interés, amable lector, en la diversidad de judeocristianismos, y es usted dado al examen crítico, a la reflexión y a la retrospectiva, entonces convendrá usted en la relevancia que tienen en el asunto las habilidades superiores de lectura. Me refiero al asunto de entender esa diversidad a lo largo de los siglos. Me refiero, también, a la habilidad para lograr una interpretación justa, balanceada, sobria a partir de un texto escrito.
Los judeocristianismos son fenómenos histórico-sociales, muy relacionados con antiguas tradiciones religiosas textuales; es decir, son fenómenos religiosos basados en la lectura y en la veneración de determinados textos –incluso algunas veces referidos como «textos sagrados» o «sagradas escrituras».
Analizar el acto de lectura y de interpretación de textos es, pues, una actividad requerida para entender tal diversidad de judeocristianismos.
¿Qué es leer un texto? Entre muchas otras consideraciones, se toma en cuenta que existe una intención del autor y también existe una intención del lector. Ambas, por separado y cada una en su propio contexto, son relevantes para intentar una aproximación al significado del acto de lectura.
Por ejemplo, un acto de lectura hecho durante el segundo siglo de la Era Común no es el mismo acto de lectura ocurrido hace quince días –aun cuando supuestamente se trate de un mismo texto. En este ejemplo, para iniciar, sabemos que el texto no es el mismo y el lector no es el mismo y sus contextos son muy distintos: lo que tenemos hoy es una copia del texto y el lector no podría tener una edad, digamos, mayor a 150 años.
Un análisis de la diversidad de judeocristianismos requiere considerar la pregunta sobre la habilidad lectora de quienes en diferentes épocas históricas han leído determinados textos de dichas tradiciones religiosas. En no pocos casos tal habilidad fue muy precaria y eso es determinante para un entendimiento más realista de los hechos sociales relativos a los judeocristianismos. Por ejemplo, con frecuencia no pocos lectores de siglos posteriores torpemente creyeron que el autor se dirigía a ellos, cuando en realidad el autor dirigió su mensaje a una audiencia en un contexto distinto al contexto del lector posterior.
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