Saturday, February 25, 2017

Lectoescritura y ecdótica — Parte II

Un hecho filológico es que existen múltiples copias manuscritas antiguas del llamado evangelio canónico de Marcos. Pero no todas esas copias son exactamente iguales. Hay muchas diferencias menores que no tienen importancia. Sin embargo, hay algunas diferencias que no pueden descartarse como insignificantes pues simplemente no son diferencias menores. Un ejemplo notable está en el mismísimo primer versículo.

En muchas copias manuscritas se lee en griego koiné:

ρχ το εαγγελίου ησο χριστο.

En castellano actual:

«Principio del evangelio de Jesucristo.»

En otras muchas copias manuscritas se lee en griego koiné:

ρχ το εαγγελου ησο Χριστο υο θεο.

En castellano actual:

«Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios»

No hay manera de saber cuál copia manuscrita es la más cercana a lo escrito originalmente por la mano del autor —quienquiera que haya sido el autor, pues el texto es anónimo; la atribución a alguien llamado Marcos ocurrió siglos después de la composición del texto—, tan sólo se pueden hacer especulaciones teóricas sobre la posible redacción autógrafa.

El hecho ecdótico es que hay muchas copias con «Hijo de Dios» y muchas otras sin esas palabras. No parece una diferencia menor pues las implicaciones son enormes para preguntas básicas como ¿quién fue Jesús?, ¿qué se creía de Jesús en las comunidades antiguas que hicieron las copias con esas palabras, y qué se creía en las comunidades que hicieron las copias sin esas palabras?

Sunday, February 5, 2017

Lectoescritura y ecdótica — Parte I

El humano es un ser social —aun el ermitaño anacoreta se dedica a la contemplación y a convivir consigo mismo. Una vida humana saludable incluye una perenne serie de encuentros, desencuentros y reencuentros con los semejantes —sean cercanos o remotos. La lectoescritura personal y privada también es una manera de socializar, de encontrarse con otros —sean cercanos o remotos en el tiempo.

Similar a lo escrito por Nicolás Maquiavelo —uno de los renacentistas más malinterpretados—, también me ocurre, a la hora del día para el tiempo personal, un tipo de entusiasmo por llegar a mis compromisos sociales con personas remotas, a través de la lectoescritura personal y privada. Si el ejercicio de la lectoescritura es un diálogo —como dicen algunos literatos y antropólogos—, entonces un diálogo con Bertrand Russell, o con Karel Kosík, o Mario Bunge, o Hans Küng, o Denise Dresser, o con Lev Tolstói, etc., no puede más que ser algo muy emocionante.

Bien por ese entusiasmo, cavilo, en tanto esté acompañado del tipo de prudencia que involucra cada nivel de lectoescritura. No es lo mismo leer el periódico de hoy que leer el resultado a la fecha del devenir histórico de algún texto escrito en un pasado remoto.

Por supuesto, lo técnico y lo lego también se aplica para la lectoescritura. Se requiere un conjunto distinto de destrezas para interpretar lo dicho en un encuentro presencial y casual que para interpretar un texto de hace cinco, cien, quinientos o dos mil años. Si las diferentes habilidades de lectoescritura ofrecen diferentes niveles de intelección, entonces un mismo texto puede ser releído e interpretado de múltiples maneras y con diferentes grados de profundidad.

Por ejemplo, si leyera alemán académico del tiempo entre 1781 y 1787, años de la primera y segunda edición de la «Crítica de la razón pura», entonces podría leer los manuscritos originales de Immanuel Kant —dado el acceso a tales manuscritos autógrafos. En tal caso lograría una interpretación de ese texto distinta a otra interpretación lograda si sólo puedo leer una traducción directa del alemán académico de esa época al castellano actual. Es decir, si desconozco el alemán académico de esa época, entonces no puedo leer la obra de Immanuel Kant, sino una obra distinta: la traducción al castellano actual a partir de las ediciones iniciales. ¿Cómo saber si ambas interpretaciones son equivalentes? Para sopesarlo se requiere conocer ambos idiomas, cada uno dentro de su propio contexto cultural: el alemán académico de esa época y el castellano actual. De esa manera se lograría una representación justificada de lo dicho en el alemán académico de aquella época, la cual podría contrastarse con la representación hecha a partir del castellano actual. Para la mayoría de nosotros hoy, tan sólo tendremos oportunidad de aproximarnos a las obras traducidas a un idioma contemporáneo, sin tener nunca acceso directo a lo perdido durante el proceso de traducción.

Por fortuna es posible tomar algo de conciencia del proceso de traducción; por ejemplo, al considerar las aproximaciones de esfuerzos filológicos sobre algún texto antiguo. En particular los esfuerzos en ecdótica, o crítica menor, que indaga preguntas como: ¿cuáles pueden ser las palabras originales escritas por la mano del autor? Un esfuerzo concienzudo de traducción suele partir de ese tipo de aproximaciones; incluso al traducir la misma lengua pero de contextos culturales distintos en tiempo y geografía. Claro, esas aproximaciones no están libres de dificultades textuales que quedan registradas en el llamado «aparato crítico» del texto en cuestión. Si el aparato crítico registra ambigüedades, entonces el traductor podría agregar anotaciones al respecto en el texto traducido para advertir al lector, pero no todos los traductores lo hacen. Algunos traductores incluso ignoran por completo la existencia de un aparato crítico.

En una siguiente ocasión daré ejemplos de diferencias textuales en la traducción de escritos de Bertrand Russell, Mario Bunge y el evangelio de Marcos en el canon del Nuevo Testamento. Así como algunas implicaciones de tales diferencias.