Saturday, December 26, 2015

¿Qué significa “estudiar la Biblia”? – Parte 1

¿Qué significa “estudiar la Biblia”? Vamos por partes. Primero, ¿qué es ‘estudiar’? —aunque, claro, si vamos a ir por partes y pensando con más detalle las palabras y sus intenciones, entonces esta nota propone a su audiencia la necesidad de estar en esa sintonía intelectual en particular, aquella de pensar con más detalle; de otro modo, sin la disposición de hilar más fino las ideas, entonces esta nota pierde su sentido.

Si por estudiar se entiende ‘recibir enseñanzas en las universidades o en otros centros docentes’ –incluyendo congregaciones de crianza y adoctrinamiento religioso–, entonces ese ‘estudiar’ es recibir una programación cultural en particular. La vida en sociedad, la granja de la cultura, funciona, en parte, inculcando o programando ideas, conceptos, valores, principios, hábitos y prácticas en los demás. El efecto de este tipo de estudio es quedar debidamente programados para funcionar en determinado tipo de sociedad. Este ‘estudiar’ es una acción que ejerce un ambiente cultural sobre el individuo y el ejercicio es de tipo docente: centrado en la enseñanza; es decir, encausar al otro en determinada manera de interpretar un tema.

Por otro lado, si por estudiar se entiende ‘ejercitar el entendimiento para alcanzar o comprender algo’, entonces este otro ‘estudiar’ es una acción que ejerce el individuo sobre el ambiente cultural a su alrededor y el ejercicio es de tipo cognitivo: centrado en el aprendizaje; es decir, desarrollar el conocimiento propio sobre un tema e intentar hacer aportaciones al ambiente cultural.

Por supuesto, la enseñanza y el aprendizaje se complementan para lograr una educación. Pero hay muchas educaciones posibles; por ejemplo, hay educación moral, educación política, científica, secular, religiosa, histórica, filosófica, educación cívica, etc. ¡Vaya!, que hay muchas maneras para encausar a la gente y múltiples formas de encausarse uno mismo. Lo recomendable es tener amplitud de miras para evitar los múltiples tropiezos de las diversas formas de fanatismo; por ejemplo, el tropiezo de afirmar que la nuestra es “la mejor” educación por encima de todas las demás.

Pensar en la idea de ‘estudiar’ nos condujo a pensar sobre enseñanza, aprendizaje y educación. Todo esto porque recién consultaba el texto griego del Nuevo Testamento en la siguiente página: www.gntreader.com.

Saturday, October 24, 2015

Quemar lo diferente

La pintura aquí mostrada de Pedro Berruguete retrata una disputa entre el sacerdote católico Domingo de Guzmán Garcés y los cátaros albigenses en la que los libros de ambos fueron arrojados al fuego y los libros de Domingo fueron milagrosamente preservados de las llamas. La pintura refleja un vehemente anhelo por tener la razón por encima de una opinión diferente.

En su escrito titulado Almansor, el poeta alemán Heinrich Heine escribió en 1821:

“Das war Vorspiel nur. Dort, wo man Bücher verbrennt, verbrennt man am Ende auch Menschen.” — “Eso fue sólo el juego previo. Ahí donde se queman libros se acaba quemando también seres humanos.” — “That was but a prelude; where they burn books, they will ultimately burn people as well.”

El genocidio cátaro en el año 1244 durante la cruzada albigense, ejecutado bajo el grito analfabeta: “¡Dios así lo quiere!”, es un ejemplo de semejante atrocidad; su preludio sería la despótica censura de textos durante el proceso del canon bíblico siglos atrás. La siniestra quema de libros, en 1933, por alumnos de la Universidad Friedrich Wilhelm en Berlín llegó a ser el preludio aludido por Heine de lo que después fue el Holocausto judío.

Hay una correlación histórica entre quemar libros y quemar a las personas que los escribieron o los leyeron. Algunas palabras escritas han representado algo potencialmente muy peligroso, tanto es así que se ha buscado desaparecerlas en las llamas de la más brutal censura. Tanto así se condenaba lo que era considerado como aberración o como falsedad que no sólo se buscó desaparecer a las palabras sino también a quienes las expresaban. Pero tan vehemente indignación en contra del supuesto error provoca la sospecha sobre la realidad del caso: si lo que dicen las palabras resulta intolerable a tal grado y es en absoluto inaceptable concederles ni un solo trozo de razón, entonces por qué sería necesario hacer algo para destruirlas en lugar de simplemente dejar que el error se desvanezca por su propia inverosimilitud. Por supuesto, una respuesta extrema como la quema de libros, y la quema de sus escritores y lectores, suele ocurrir no a favor de la verdad ni a favor de la ilustración de las masas sino a favor de un dominio monopólico sobre el asunto.

La quema o censura de libros representa miedo, ignorancia e intolerancia ante una opinión diferente. Una mentalidad de blanco y negro absolutos es incapaz de aceptar y tolerar la heterodoxia. Una mentalidad basada en extremos tacha y condena como herejía a todo lo que no es capaz de comprender. Una persona con semejante mentalidad se auto-convence de que su deber es aplastar y extinguir lo que no entiende.

Las mismas llamas que arden e intentan extinguir las supuestas palabras de la equivocación también arden en el pecho de los enfermos de poder y de los culpables de una avaricia extrema por tener siempre toda la razón.

Los proyectos de investigación ecdótica que utilizan métodos histórico-críticos suelen ofrecer versiones muy distintas de la historia que las versiones populares. Una historia popularizada, de tipo escolar, suele convertirse en propaganda de una sola perspectiva. Una razón de tal efecto es que lo popular suele aceptarse acríticamente y, además, porque se ignora qué es la historiografía y cómo funcionan los relatos históricos. Al imperar un literalismo analfabeta se cae en un realismo ingenuo, el cual cree que la realidad histórica absoluta es lo que dicen literalmente esos relatos. Digamos, por analogía, que ocurre la misma tontería si alguien cree que debe volar como un pájaro al escuchar “¡Vete volando!” cuando se le dice que debe darse prisa.

Tal tropiezo de interpretación es similar a lo mencionado en el artículo «Joan Ramon Resina: “No hay que confundir la historia con la realidad”». La incompetencia para interpretar adecuadamente los relatos históricos suele producir amargas e innecesarias escisiones sociales. Digo innecesarias pues son del todo artificiales ya que provienen de confundir como “realidad” lo que representan los relatos historiográficos.

«La historia es un relato: una construcción retrospectiva a base de seleccionar elementos susceptibles de plasmar una cierta coherencia y de descartar otros que no encajan en la trama escogida. Confundir el producto historiográfico con la realidad es siempre peligroso.» —Joan Ramon Resina

Saturday, August 15, 2015

¿Quién editó la Biblia?

¿Qué es un editor autorizado? ¿En qué condiciones un editor autorizado podría adulterar lo dicho por el autor? ¿Cuándo un editor puede «corregirle la plana» a un autor? ¿Quiénes fueron los editores, autorizados o no, tomemos por caso, de la Biblia? Es decir, ¿quiénes han enmendado ese conjunto de textos antiguos? ¿Qué enmiendas se han hecho, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué?

¿Qué relación habría entre investigar esas cuestiones y la madurez espiritual? ¿Qué es la madurez espiritual y qué relación guarda con los procesos de transformación personal hacia una adultez autónoma? Si hoy es difícil para un adulto lograr una autonomía financiera sostenida, ¿acaso sería más asequible lograr, al menos, una total autonomía intelectual? —Todas estas preguntas han sido objeto de indagación más profunda por parte de quienes se ponen a sí mismos en la sintonía adecuada para ello. Por ahora regresemos al asunto de la edición.

¿Qué hace un editor? ¿Qué tipo de relación hay entre el autor y el editor de un texto? Cualquiera que investigue un poco sobre los procesos editoriales a través de los cuales hoy se logra publicar algún texto podrá constatar que en tales procesos confluyen una diversidad de intereses sobre no pocos aspectos alrededor de lo publicado. En el esfuerzo editorial confluyen diversos objetivos de tipo financiero, profesional, cultural, etc., y tal esfuerzo intentaría armonizar el logro del mayor número posible de tales objetivos.

Por supuesto, el esfuerzo editorial en la época presente no es exactamente el mismo que durante los primeros cuatro siglos antes de la formación del canon cristiano. Por ejemplo, el papel hoy es un artículo común mientras que en la antigüedad conseguir unas cuantas hojas de papel era algo muy exclusivo y reservado para ciertas minorías selectas con los recursos adecuados. Por lo que poner por escrito algo en la antigüedad representaba un suceso no tan común como lo es hoy, pero publicar algo en la antigüedad implicaba un esfuerzo editorial con objetivos específicos, tal como hoy.

Un editor toma decisiones sobre lo que intenta hacer público. Por ejemplo, lograr el canon textual cristiano –es decir, la lista oficial de textos antiguos que representan públicamente al cristianismo– implicó decidir, entre muchos posibles textos, cuál texto sería incluido y cuál sería excluido de tal canon. No importa si quienes tomaron esas decisiones se reconocían o no como editores autorizados de la Biblia, lo que importa es que de hecho lo fueron.

La Biblia ha sido objeto de muchas decisiones editoriales y cada decisión provino del conjunto de intereses del esfuerzo editorial en turno para lograr sus propios objetivos específicos. Un ejercicio básico de crítica textual demuestra que se tomaron decisiones para enmendar muchos de sus textos; es decir, para lograr lo que en algún punto se consideró como algún tipo de mejora o para de plano remover algo considerado erróneo. Hay muchas enmiendas menores y algunas enmiendas mayores, pero vayamos al grano: ¿han ocurrido enmiendas que afectan alguna doctrina central del cristianismo?

Por supuesto, para aproximarse a tal pregunta sería necesario primero aclarar qué es una doctrina central del cristianismo. Hay diversidad de posibilidades pues no hay un consenso indiscutible acerca de cuál conjunto de doctrinas representa lo central en toda la pluralidad de cristianismos desde sus inicios.

Por ejemplo, para algunos sistemas doctrinales cristianos la divinidad de Jesucristo es una creencia central, pero hay otros sistemas doctrinales cristianos para los cuales la divinidad de Jesucristo no sólo no es central sino que además es una creencia falsa, y por muy buenas razones según tales otras doctrinas.

Los métodos de estudio histórico-crítico aplicados a los textos bíblicos, desde hace un par de siglos, han servido para analizar las ardientes controversias ocurridas en los primeros siglos del cristianismo por dominar el campo teológico de entonces. Cada partido o facción contendía por ser la más cercana al cristianismo original y lo argumentaba respaldándose en los textos a su disposición, ya sean editados o falsificados, que les servían para intentar adjudicarse la ortodoxia del cristianismo. Sin embargo, no hay un consenso unánime entre los historiadores textuales pues cada facción incurrió en sus propias ediciones o falsificaciones. Al parecer, ningún partido cristiano se contuvo de hacer las ediciones o falsificaciones que más convenían a sus propios intereses.

Saturday, July 18, 2015

¿El original?

¿A qué nos referimos cuando decimos que tenemos un texto original tal como fue escrito o dictado por el mismísimo autor? Si decimos tener acceso directo a un texto original manuscrito, ¿acaso con eso pretendemos decir que podemos lograr exactamente los mismos pensamientos que el autor, sin importar toda distancia tanto en el tiempo como en el espacio?

Quizá la lectura de cualquier texto está teñida con las preconcepciones del lector y una lectura atenta deberá reconocer la necesidad de distinguir entre lo agregado por el lector y lo que dice realmente un texto. Lo mismo se aplica para la lectura del presente texto o si leemos textos antiguos, como los textos bíblicos o los textos de, por ejemplo, Giambattista Vico.

En esta ocasión quiero invitar a pensar pausadamente en lo que puede significar la idea referida cuando decimos un “texto original” pues en la disciplina histórica de la crítica textual –es decir, la ecdótica– suele haber una variedad de posibilidades.

Si por texto original se entiende lo primero que cronológicamente fue escrito sobre papiro, pergamino o papel entonces cabe preguntar si ese original es lo que realmente quiso decir el autor. No todo autor tiene la misma capacidad para redactar con claridad prístina al primer intento, muchos autores suelen requerir varias ediciones para empezar a comunicar su intención original. Otros autores suelen cambiar de opinión o ajustar lo que querían decir una vez que releen lo originalmente escrito. Para analizar un ejemplo basta que uno mismo intente redactar una composición sobre alguna idea de importancia personal con al menos una cuartilla de extensión y publicarla para saber si logramos en realidad comunicar nuestra idea, o simplemente releerla al día siguiente o una semana después.

La primera edición de un texto puede ser la original cronológicamente pero no en todos los casos representa la intención original del autor. Una investigación en crítica textual —que es algo muy distinto de la crítica literaria, aunque ambas disciplinas pueden fecundarse mutuamente— representa el esfuerzo de analizar y constatar la evolución histórica de lo escrito por un autor. A partir de esa indagación, una subsiguiente investigación en crítica mayor o análisis histórico-crítico podría proponer, o refutar, sistemas de interpretación para poder llegar a afirmar, o negar, la evolución de la intención histórica de un autor.

Aún si contáramos con un manuscrito original de puño y letra de un autor, eso no justifica afirmar que una interpretación nuestra en el presente sea idéntica a la intención del autor en el tiempo y en la distancia histórico-cultural. Podríamos especular sobre cuál podría ser la intención ajustada de ese autor dadas las condiciones de un contexto presente, por ejemplo: “¿Qué opinaría Adam Smith o Karl Marx del mundo socio-económico de hoy?”, pero nada evita que por nosotros mismos debemos prepararnos para interpretar cada vez mejor los textos antiguos dadas las condiciones de nuestra propia situación actual. Los textos de Adam Smith, Karl Marx, Pablo de Tarso o Giambattista Vico requirieron la destreza de esos autores para ser creados, y esos autores redactaron –es decir, ordenaron sus ideas– como seres históricos, así mismo se requiere de nuestra destreza para ordenar nuestras ideas sobre economía, epistemología o cristianismo en nuestro propio contexto actual y sin pretender tomar como principio de autoridad que contamos con “el original” de algún texto antiguo.

Saturday, June 6, 2015

Amuleto

Hoy en día muchos ciudadanos con acceso a bibliotecas y con el hábito de reflexionar sobre la experiencia –propia y de otros– logran ir más a fondo en su investigación de la realidad de un asunto. Así logran cada vez hacer mejores distinciones entre mera apariencia y la realidad subyacente; para empezar, se requiere interés y ganas de aprender, es decir de mejorar o cambiar la mentalidad propia en dicho asunto. Por otro lado, hay también quienes no albergan disposición alguna para cuestionar su mentalidad sobre un asunto dado pues imaginan que todo lo que pueda conocerse de tal asunto ellos ya lo saben y creen que las preguntas al respecto están enteramente cerradas.

Por ejemplo, el asunto de la administración de proyectos para crear soluciones de negocio basadas en software, o el asunto de la interpretación de textos antiguos (como la Biblia o la «República» de Aristocles), son asuntos en donde abunda un profundo analfabetismo; es decir, no se tiene conciencia de que se desconocen aspectos muy básicos ya plenamente documentados desde hace décadas o siglos, respectivamente, sobre la creación de software y sobre la historiografía occidental. Algo irónico es que sobre esos asuntos suelen escucharse vociferantes afirmaciones sobre “la altísima prioridad” y “la enorme importancia” de algún proyecto de desarrollo o de alguna ideología religiosa, y al mismo tiempo, con frecuencia, tal prioridad e importancia nunca llega a la mejora o cambio de mentalidad sino que se queda tan sólo en vociferaciones y en hacer más de lo mismo.

Por supuesto, la sugerencia, en esta breve perorata, es pensar y hacer más como aquellos ciudadanos aludidos al inicio de mi párrafo inicial. Es decir, como aquellos que usan un libro no como amuleto, talismán o fetiche, sino como medio de transmisión de algo en la historia de un asunto.

Algunos miembros de partidos religiosos en la antigua Palestina solían llevar consigo frases de sus textos sagrados escritas en pequeños pedazos de metal, madera o tela. A tal objeto se atribuía la virtud de alejar el mal o propiciar el bien; es decir, se usaba como amuleto. A decir de cómo muchos hoy usan un libro, pareciera que aún esa superstición sigue vigente.

Un libro no debe ser un objeto de culto o fetiche, ya sea la Biblia o la República, «El Capital» de Karl Marx o «La riqueza de las naciones» de Adam Smith, sino como medio para analizar, para reflexionar, para cuestionar, para dudar y para pensar sobre las experiencias de otros en la historia de un asunto.

Además, si se toma más en serio la historia de un texto, entonces los esfuerzos de los profesionales en filología, en ecdótica y crítica textual suelen ofrecer mucho material para la reflexión sobre el asunto del texto en cuestión.

Monday, April 13, 2015

¿Falsificación justificada?

El crítico textual también indaga evidencia de falsificaciones, ya sea en textos antiguos o contemporáneos, ya sea filosóficos, políticos, religiosos, etc.; es decir, evidencia de textos que afirman haber sido escritos por un autor famoso o influyente, pero que en realidad fueron escritos por alguien desconocido que intentó poner sus propias palabras en boca de ese autor famoso e influyente para dar la apariencia de que ese autor piensa como él. Señalaré a continuación una controversia histórica.

¿Acaso entre sectas cristianas todavía hoy se discute quién es y quién no es un “falso maestro”? Después de los enconados conflictos en el interior del cristianismo, hace más de 20 siglos, sobre cuál es “la sana enseñanza”, quizá hoy debiera quedar claro que ninguna de sus numerosas sectas posee el monopolio del “evangelio verdadero”. O quizá lo que quedaría claro es que ese fanatismo es un rasgo propio de algunos cristianismos —enfatizo «algunos cristianismos» pues no todos los cristianismos comparten ese rasgo.

La acusación de “falso maestro” suele encender una de las emociones más típicas del talante cristiano fanático, y la prende tanto en el acusador como en el acusado: el ardor por ser dueño de la verdad cristiana más grande.

El contenido particular de tal verdad ha variado desde entonces, según el partido al que han pertenecido el acusador y el acusado; así que no ha habido una sola “verdad cristiana más grande”. Lo que permanece constante es la implicación de que si el acusador es dueño de esa verdad, entonces por fuerza el acusado es dueño de una macabra mentira y el acusador está obligado a someter a toda costa a su oponente. El acusado, a su vez, está por completo convencido de exactamente lo mismo, pero hacia su acusador. Ambos, acusador y acusado, dirían a la vez que estaban “bajo ataque” o que “la verdad estaba siendo atacada”.

Por ejemplo, los conflictos entre judeocristianos y cristianos no judíos durante los primeros siglos de la Era Común: ¿debían circuncidarse y convertirse al judaísmo aquellos no judíos que se hicieran cristianos? La batalla, al parecer, la perdieron al final los judeocristianos, pero no les faltaban argumentos a su favor; p. ej., todo cristiano debe por supuesto circuncidarse y seguir la ley judía pues Jesús era judío, sus seguidores eran judíos, ellos y Jesús mismo enseñaron la ley judía, Jesús era el Mesías judío enviado por el Dios judío al pueblo judío. Por lo que seguir a Jesús claro que significa circuncidarse y convertirse al judaísmo. Punto. Fin de la discusión (al menos para los judeocristianos de ese entonces).

En ese entonces, décadas o siglos posteriores a la muerte de los apóstoles de Jesús, pero antes de la formación del canon bíblico novotestamentario, lo único que podría resolver este tipo de conflictos sería contar con un texto que tocara el tema en cuestión y que haya sido escrito por alguien reconocido como autoridad cristiana: algún apóstol de Jesús.

En el ardor de este conflicto, como en muchos otros casos documentados, tanto acusador como acusado pudieron verse en una desventajosa situación: estar totalmente convencidos de su posición pero no contar con un texto apostólico que la respalde. Ante tal situación no pocos optaron por inventar un texto que resolviera el conflicto a su favor y simular que fue escrito por algún apóstol de Jesús. Muchas de esas falsificaciones fueron con claridad identificadas y rechazadas en el proceso de formación del canon bíblico cristiano, siglos después. Pero, según argumentan no pocos eruditos en crítica textual, no en todos los casos se logró esa identificación. Por lo que la pregunta pertinente es: ¿podría haberse aceptado un texto falsificado como parte del canon bíblico novotestamentario? De ser así entonces ese texto quedó preservado en el canon bíblico y los textos de los oponentes quedaron olvidados o destruidos.

Este tipo de controversias son parte del material estándar en las materias de la crítica textual hoy en día. Relacionado con el conflicto del ejemplo mencionado, el texto de la carta a los Colosenses, supuestamente escrita por el apóstol Pablo, está en medio de una de esas controversias. El acusador en ese ejemplo puede ser quien haya escrito la carta a Colosenses y no el apóstol Pablo. Así lo argumentan críticos textuales como John J. Gunther, Thomas Sappington, Richard DeMaris, Clinton Arnold, Troy Martin, entre muchos otros, pues han estudiado a fondo el caso y no han quedado convencidos de la autoría registrada en el canon bíblico. Entre otras razones, estos críticos apuntan a las inconsistencias en el texto de Colosenses con respecto a otros textos cuya autoría del apóstol Pablo casi por completo carece de cuestionamientos.

Otros textos del canon cristiano, supuestamente escritos por el apóstol Pablo, también están involucrados en controversias similares: Efesios, 2ª Tesalonicenses, 1ª Timoteo, 2ª Timoteo y Tito.

El asunto deja mucho espacio para la ironía: siendo el canon bíblico cristiano un conjunto de textos que apelan a una supuesta verdad, pero que esté plagado de supuestas falsificaciones.

Monday, March 16, 2015

¿Palabras omitidas o añadidas?

¿Qué dicen estas palabras? ¿Quién las dijo o quién las escribió? ¿Cuándo, dónde, por qué y para qué fueron dichas o escritas? —estas preguntas son básicas para aquel con un interés mínimo por el estudio de la palabra, tanto oral como escrita. Tales preguntas cobran especial relevancia al enfrentar la lectura de textos antiguos ya sean, por ejemplo, filosóficos o religiosos. La ecdótica y los métodos de estudio histórico-crítico representan una manera para estudiar a conciencia un texto antiguo y para desarrollar esas preguntas como búsqueda de las verdades justificables sobre dicho texto.

Por ejemplo, en un texto neotestamentario, en la primera parte de Lucas 23:34, una traducción del griego koiné al castellano contemporáneo es: “Jesús dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»”

A la pregunta ¿quién dijo eso?, una expresión de realismo ingenuo responde sin ningún escrúpulo: “Jesús. En ocasiones tal respuesta incluso se acompaña, con alarde procaz, de otra expresión que afirma tanto la total claridad del texto como, de paso, la ineptitud de la pregunta. Por fortuna, un lector crítico cuenta con otras habilidades de lectura más allá de las del realismo ingenuo. Por fortuna, ese lector podría comparar algunas copias manuscritas en griego disponibles en Internet, o simplemente poner atención a las notas en letra pequeña de muchas ediciones contemporáneas del Nuevo Testamento. Tarde o temprano ese lector, ávido de veracidad, enfrentaría el hecho de que los manuscritos más antiguos, más completos y fiables del texto en cuestión no cuentan con esas palabras, y de que sólo aparecen en copias tardías. Por lo que otras preguntas pertinentes serían, por ejemplo: ¿quién añadió eso, o quién lo eliminó, cuándo lo hizo, y para qué?

Desde el desarrollo inicial de los métodos histórico-críticos, durante el siglo XIX, hasta la fecha han ocurrido investigaciones y debates sobre ese texto —y muchos otros casos similares en el Nuevo Testamento. Las preguntas permanecen abiertas y animados aún los debates. Por ejemplo, hay quienes concluyen que esas palabras no fueron añadidas sino omitidas por copistas de épocas posteriores al año 70 de la Era Común (año de la caída de Jerusalén), pues consideraban a la caída de Jerusalén como prueba de que el dios cristiano no perdonó a los judíos, y por lo tanto esos copistas no podían permitir que la oración de Jesús apareciera como una oración sin respuesta. Por otro lado, otros investigadores concluyen que esas palabras no estaban en la narración original sino que fueron puestas en boca de Jesús por copistas en siglos posteriores, como contra-respuesta ante los enconados resentimientos antisemitas de algunas comunidades cristianas, quienes culpaban a los judíos por la muerte de Jesús; así, para esos otros copistas resultaba inaceptable la incongruencia de la caída de Jerusalén como castigo y su doctrina del perdón a los enemigos.

Hay muchas otras explicaciones del caso, cada una con diversas implicaciones históricas y teológicas, cada una con menor o mayor justificación, pero ninguna exenta de sus propios aspectos insatisfactorios.

Las ideologías fanáticas, ya sean, por ejemplo, filosóficas, políticas o religiosas, cuya sola base sea un precario conjunto de textos antiguos, suelen admitir una sola manera de interpretar sus textos fundacionales. Sin embargo, y para evitar caer preso de esa mentalidad estrecha, una ideología personal puede buscar y dar la bienvenida a los resultados de la crítica textual y abrazar la diversidad de interpretación y al debate abierto como formas de retrospección histórica.

Sunday, February 1, 2015

¿Por qué griego?

Hay hechos y hay interpretaciones de esos hechos. Un hecho tiene por base alguna evidencia intersubjetiva, una interpretación tiene por base algún esquema conceptual. Por ejemplo, un hecho histórico patente es que los manuscritos disponibles del Nuevo Testamento cristiano son composiciones en griego antiguo, del tipo helenístico o koiné.

Una interpretación teológica de ese hecho, por ejemplo, es que ese tipo de griego era la lengua franca (es decir, la que es mezcla de dos o más, y con la cual se entienden los naturales de pueblos distintos) en la Palestina del primer siglo de la Era Común y por eso el milagro de la inspiración divina ocurrió en esa lengua, como una elección divina para una mayor difusión de un mensaje divinamente inspirado.

Por fortuna, hay más teorías o estructuras conceptuales dentro de la categoría teológica que sirven de soporte a muchas otras posibles interpretaciones del mismo hecho. La teología puede ser un campo de exploración personal (e.g., La religión como poesía) y no sólo copia de interpretaciones dogmáticas tradicionales o institucionales. Otras teorías teológicas podrían dar cuenta de la discrepancia entre el pretendido milagro de palabras escritas por inspiración divina y el hecho de que no parece haber ocurrido milagro alguno para preservar hasta nuestros días esas mismas palabras supuestamente inspiradas de origen; es decir, con el hecho de que no contamos con ningún manuscrito original autógrafo de ninguno de los libros del Nuevo Testamento cristiano y que sólo contamos con copias de siglos posteriores a la vida de los personajes, copias que subsistieron en algunos pequeños fragmentos muy deteriorados sobre papiro o pergamino, y muchas copias posteriores con diversas diferencias entre sí.

La paleografía, o ciencia que estudia manuscritos antiguos, indica que del Nuevo Testamento cristiano no existe registro alguno de copia manuscrita completa que date del primer siglo de la Era Común, i.e., año uno al año cien. Tampoco existe registro de ninguna copia completa del segundo siglo, i.e., años 101 a 200; sólo se cuenta con registro del fragmento más antiguo conocido, está sobre papiro, se le conoce por P52, data del año 150, aprox., está escrito en griego koiné, y tiene el tamaño de una tarjeta actual para identificación personal. Asimismo, no existe registro de ninguna copia completa que date del tercer siglo, i.e., años 201 a 300. Las primeras copias manuscritas completas del Nuevo Testamento fueron compiladas en el siglo cuarto, i.e., años 301 a 400. Ciertamente, se cuenta con pequeños fragmentos de copias datadas a partir del segundo siglo, pero ni una sola copia del primer siglo.

Las copias disponibles más antiguas están en griego helenístico y, dado que la lengua que hablaron la mayoría de los personajes del Nuevo Testamento fue arameo, cabe la pregunta: ¿por qué griego y no arameo?

Una interpretación histórico-crítica del mismo hecho tomará como evidencia que el nivel de redacción y el tipo de composición literaria encontradas en esas copias en griego sugieren que los autores no fueron pescadores o campesinos analfabetas sino que contaban con los medios y las condiciones para lograr una educación muy escasa en esos días. ¿Quiénes escribieron el Nuevo Testamento, y por qué en griego?

Hay siete cartas canónicas atribuidas al apóstol Pablo sobre las cuales casi no hay controversia de su paternidad literaria, pero sobre las otras seis cartas atribuidas a Pablo sí hay mucha controversia entre los eruditos sobre si el autor fue realmente la misma persona, debido a la cantidad de diferencias no sólo literarias sino también teológicas. Por otra parte, existe consenso entre los eruditos sobre el anonimato de los autores de los evangelios canónicos; es decir, la atribución a Mateo, Marcos, Lucas y Juan es posterior, por siglos, a los textos mismos.

Todo esto importa desde una perspectiva histórico-crítica, y también importa para un mejor entendimiento o evaluación de teorías teológicas existentes; asimismo, importa para distinguir hechos históricos y para distinguir el tipo de teoría usada para interpretar esos mismos hechos. Que la lengua de las copias manuscritas sea griego helenístico podría no resultar relevante para una interpretación teológica o para una interpretación literaria, pero sí para una interpretación histórica. Lo pertinente es evitar el tropiezo de tomar una interpretación teológica como si fuese histórica; es decir, es prudente evitar que una explicación teológica de un hecho histórico sea tomada en sí misma como una explicación histórica.

Sunday, January 25, 2015

Una actitud equivocada

En esta nota intentaré aclarar por qué en varias notas anteriores he hecho énfasis en el perfil profesional y en el papel de los especialistas en ecdótica. Además, comentaré acerca de cuál es una actitud equivocada de parte de nosotros, los no-especialistas, hacia esos textos antiguos, ya sean estos filosóficos o ya sean religiosos como el Nuevo Testamento cristiano.

Por ejemplo, una persona con un interés más allá de lo superficial o lo devocional en el Nuevo Testamento, y con preguntas acerca de cómo entender mejor lo escrito de origen, necesita enfrentar el hecho histórico de que estos textos iniciaron como escritos a mano (manuscritos) sobre papiros, pergaminos o códices, y redactados en lenguas antiguas que ya nadie habla en el presente. Si el interés de esa persona está en indagar y enfrentar la realidad histórica de estos textos, cualquiera que ésta pueda ser, entonces no debe limitarse tan sólo a lo encontrado en una Biblia redactada de manera muy nítida y conveniente en un idioma contemporáneo, sino que debe saber del esfuerzo de los especialistas en ecdótica y entender cabalmente por qué sus hallazgos con relevantes para hacerse de una perspectiva más amplia de ese conjunto remoto y diverso de textos antiguos llamado Nuevo Testamento, y de su impacto histórico en el grupo de culturas occidentalizadas.

Los hallazgos en ecdótica —por muchas razones que conviene también ponderar— no cuentan con la divulgación necesaria entre el público en general, y suelen no ser tratados con seriedad por quienes tienen acceso a los micrófonos ante las audiencias populares que dicen estar interesadas en el Nuevo Testamento o en textos filosóficos antiguos. Por lo cual, una persona interesada debe reconocer que su interés no podría ser desarrollado por un clérigo —ya sea académico o regular— o un ministro de culto religioso popular que sabe muy poco de los hallazgos relevantes en ecdótica o que pretende afirmar que esos hallazgos no importan. Si tal clérigo o ministro de culto se comporta como un esbirro cuyo propósito es el dominio ideológico sobre el mayor número posible de personas, y en lugar de evaluar sus opiniones tan sólo se dedica a defenderlas, entonces sus hechos demuestran que es parte de un sectarismo ideológico cerrado que pretende tener todas las respuestas, sin desarrollar nunca las preguntas; además de pretender poseer el monopolio de algo como el Nuevo Testamento. Por fortuna, el Nuevo Testamento no tiene dueño sino que es algo del dominio público; es decir, cualquiera pueda emprender investigaciones serias sobre su historia y su relevancia para entender la cultura occidentalizada a nuestro alrededor.

Por fortuna, una persona con el nivel de interés adecuado tiene alternativas; por ejemplo, indagar acerca del esfuerzo de investigación filológica tanto de universidades seculares o de instituciones con estudios en religión comparada con departamentos de investigación, e indagar acerca de sus publicaciones. Los especialistas en ecdótica tienen acceso directo, de primera mano, a manuscritos antiguos, y pueden intentar entender la redacción en lenguas antiguas como latín, copto, griego koiné, armenio, siriaco, etc., lenguas encontradas en las copias en existencia tanto del Nuevo Testamento como de otros textos filosóficos antiguos. Si la manutención de estos especialistas está en función de la seriedad de sus publicaciones, entonces hay no pocas razones por las que deberán esforzarse en no publicar patrañas infundadas sino argumentaciones debidamente justificadas. Ser competente en ese campo —como en muchos otros donde se ejerza un mínimo nivel de profesionalismo— implica divulgar con la mayor claridad posible los hallazgos, los hechos, las teorías y las aproximaciones a la realidad histórico-literaria de algo como el Nuevo Testamento y otros textos antiguos de importancia sociocultural.

Ahora, la mayoría de nosotros, que no somos especialistas y no tenemos manera de entender una composición literaria en, por ejemplo, griego o latín antiguos, debemos tener presente que los especialistas eligen entre varias una versión del texto encontrado en manuscritos antiguos y esa versión es la que se traduce a una lengua contemporánea, se publica y llega a nuestros ojos. Sin embargo, cometemos un muy grave error si aceptamos la creencia de que la versión del texto elegida por los especialistas para ser traducida es una versión indiscutible y que toda variante puede con seguridad ser ignorada; de hecho, los especialistas suelen acompañar la versión del texto elegido con un cuerpo de anotaciones llamado «aparato crítico», en donde acotan lo más claramente posible los alcances y las problemáticas de su elección. Por lo que para evitar el error es necesario tener plena conciencia del contenido de ese aparato crítico, y no limitarse a sólo la conveniente publicación en una lengua del presente.

Otra equivocación especialmente perjudicial para un entendimiento cabal de la ecdótica es una falsa creencia acerca del propósito de esta disciplina. El error está en creer que el propósito de la ecdótica es recuperar el texto original de un manuscrito antiguo. El propósito de la ecdótica es indicar las diferentes formas del texto a lo largo de su proceso histórico y las razones detrás de esas formas. En muchos casos no es posible ni siquiera hablar de “un original” pues varias formas distintas del mismo texto pueden contar como “original”. En próximas notas mencionaré ejemplos de esto.

Los errores hasta ahora mencionados engendran una actitud muy equivocada hacia los textos antiguos que consideramos importantes, ya sean textos filosóficos o algo como el Nuevo Testamento cristiano.

Saturday, January 24, 2015

Más lectura crítica

Al final de la nota ¿Eso no importa?, decía que hoy se realizan esfuerzos considerables por indagar más sobre cada vez más aspectos de la realidad de textos antiguos, por ejemplo del Nuevo Testamento como conjunto de textos fundacionales de las culturas occidentalizadas. Si bien ya es muy interesante observar que ese tipo de investigación textual empezó a ocurrir en instituciones académicas seculares desde hace aproximadamente dos siglos y medio, más relevante es indagar qué es este tipo de investigación histórico-literaria y cómo se pueden entender sus resultados.

La «crítica textual» es una disciplina dentro de la filología. La 22ª edición del diccionario de la Real Academia Española dice de la filología: 1. Ciencia que estudia una cultura tal como se manifiesta en su lengua y en su literatura, principalmente a través de los textos escritos. 2. Técnica que se aplica a los textos para reconstruirlos, fijarlos e interpretarlos. 3. lingüística. Y de la crítica textual: Ecdótica. Estudio de las técnicas conducentes a la reconstrucción de un original perdido.

Con más detalle, ¿a qué refiere la palabra «crítica» en el nombre de una disciplina filológica como la crítica textual? Refiere –al menos en esta serie de reflexiones– a un conjunto de maneras de pensar usualmente aludido bajo la noción general de «pensamiento crítico». En sí mismo el pensamiento crítico es un tema muy amplio y de muchísima importancia para el desarrollo de la adultez humana, y resulta forzoso primero entender qué es pensar de manera crítica para luego entender cómo aplicar esa manera de pensar en el estudio de lo textual.

Aquí, de manera somera, mencionaré que hay momentos para pensar rápido, donde lo relevante es lograr una conclusión basada tan sólo en la información disponible de manera inmediata. Por otro lado, hay momentos para pensar lento, donde lo principal es hilar cada pensamiento de manera muy fina y muy cuidadosa, donde el tiempo no es relevante sino la claridad y la validez de las conclusiones intermedias que sirven como premisas para otras conclusiones provisionales. Un rasgo del pensamiento crítico es la capacidad de distinguir qué, cómo, cuándo, cuánto, dónde, quién, por qué y para qué pensar rápido y qué, cómo, cuándo, cuánto, dónde, quién, por qué y para qué pensar lento. En otras palabras, pensar de manera crítica es, en parte, evaluar la pertinencia de lo pensado.

Si se tiene interés profundo en la cultura textual y en las implicaciones de los procesos históricos de civilización a nuestro alrededor, entonces también contamos con los resultados de los proyectos en ecdótica; proyectos para investigar sobre la realidad de algún aspecto textual de manuscritos antiguos o textos contemporáneos. Los investigadores están obligados a pensar de manera crítica para desarrollar tales proyectos. Lo cual implica ser parte de una comunidad de indagación en la cual cada individuo debe buscar la crítica hacia sus propios resultados y no debe tomar ninguna crítica de manera personal pues reconoce que su persona no es sus opiniones y tales opiniones no tienen dignidad ni necesitan respeto, sino evaluación y examen crítico.

Por lo tanto, aun si uno es lego en crítica textual, se requiere el ejercicio individual del pensamiento crítico para analizar con rigor las publicaciones de los especialistas.

¿Eso no importa?

Papelito habla” es un dicho usado, por ejemplo, para indicar la importancia de contar con la prueba textual de lo dicho o lo pactado, y para referencia de quien necesite, en todo tiempo, hacer constar o verificar aquello dicho o pactado. Lo textual importa, y mucho. Por ejemplo, llegado el momento de hacer valer la voluntad de un recién fallecido y registrar el nuevo titular de cada posesión legada, aún se requiere contar con el texto testamentario donde dicha voluntad haya sido claramente expresada y avalada ante un funcionario público o notario oficial. Reitero, lo textual importa, y mucho; aun si el medio no fuese papel y tinta sino audio y video digital.

Además, la interpretación de lo que el texto “habla” es de similar importancia pues requiere de no pocas consideraciones, como comenté en ¿Textos que hablan? Un mínimo de destreza interpretativa y profesional es requerida aun si se cuenta con una sola versión del texto a interpretar, cuánta más destreza resulta necesaria si, por el contrario, se cuenta con múltiples versiones del texto, todas con diferencias entre sí; más aún si esas diversas versiones datan de hace quince o veinte siglos y cuya redacción ocurrió en las condiciones culturales de ese pasado distante. Eso precisamente es el caso de todo texto antiguo que sobrevive a la fecha; por ejemplo, el grupo de textos remotos conocido como Nuevo Testamento.

Lo que un texto antiguo podría “hablar” ante nosotros en el presente no está por completo claro y preciso como para hacer afirmaciones incuestionables de lo que los autores querían comunicarle a su remota audiencia, mucho menos como para hacer esas afirmaciones sobre si esos mismos autores intentaban comunicar algo a la gente del presente. Aun así, por ejemplo, algunos fanáticos del Nuevo Testamento insisten en la poca relevancia de las condiciones históricas en las que llegan esos textos al presente. Una sorprendente conclusión de ese fanatismo ante las dificultades textuales de los pasajes sobre los que pretenden basar sus creencias y opiniones es: “eso no importa.

¿Eso no importa? Si eso no importara entonces no habría necesidad de facultades universitarias donde se estudia religión comparada y donde año con año se investigan textos antiguos, donde disertaciones doctorales son elaboradas y debatidas acaloradamente, y donde lo relevante no es la simple creencia o la convicción sino el constante esfuerzo para descartar lo falso o para buscar lo real del pasado distante.

Friday, January 16, 2015

Descartar lo falso

¿Por qué todo este asunto de la práctica ecdótica, y de sus especialistas, sería relevante? ¿Para qué sirve? ¿Cómo podría afectar alguna opinión ya establecida acerca de textos antiguos, por ejemplo del Nuevo Testamento cristiano? ¿Podría, incluso, ser de algún uso para la lectura de textos contemporáneos? Por ejemplo, ¿podría aportar al esclarecimiento de la relación entre las ideas ontológicas de Martin Heidegger y el nazismo, y por analogía, la relación entre el pensamiento metafísico y los fanatismos absolutistas? O, por otro lado, ¿cómo ayudaría hoy a un ingeniero para distinguir la publicidad exagerada en las ideas de moda en oposición con los sólidos conceptos del conocimiento confiable, científico? ¿Podrían la Crítica Menor y la Crítica Mayor ayudar, como se alude en ¿Para qué la ecdótica?, a un autocultivo que permita dejar atrás los supuestos conflictos irreconciliables entre ideologías económicas como las derivadas del pensamiento de Adam Smith y Karl Marx?

Dadas las condiciones hoy para el acceso a datos e información, no es el problema que no sepamos mucho, sino que la mayoría de eso podría estar incompleto, incorrecto o de plano resultar falso. Más datos e información no implica más entendimiento, sino la necesidad de una mayor habilidad para hacer distinciones pertinentes entre toda esa información. Por lo tanto, sería obvio, el lector individual, con el nivel de interés adecuado, es el único que puede aproximarse a responder las preguntas del párrafo anterior.

Por ejemplo, un lector interesado en mejorar su entendimiento del Nuevo Testamento cristiano podría elegir alguna creencia propia sobre el asunto, de preferencia alguna creencia relevante de manera personal; digamos, una idea sobre algún personaje central como Jesucristo o su madre María. Enseguida, en el ánimo sugerido en Lo escrito de origen, ese lector analizaría preguntas que pongan en entredicho la creencia elegida; dada la evidencia textual, ¿cuándo empezó a circular la idea de la divinidad de Jesucristo?, ¿cuánto difieren las perspectivas sobre la virginidad de María entre los diferentes evangelios canónicos?, etc.

En general, los hábitos básicos de la indagación, como el auto-examen, en un tema de interés personal son la base para mejorar nuestro entendimiento de aquello que consideremos relevante. La idea de universalidad —que supuestamente cultivan quienes cursan la universidad de manera escolar— conlleva una inagotable preparación y un estudio profundo en los temas de prerrogativa personal no para saber más y más sino para descartar lo que resulte falso.

Sunday, January 11, 2015

Textos abiertos

La vez anterior, en La práctica ecdótica, decía que en ocasiones los especialistas en crítica textual logran consensos sobre la forma más probable del texto original. Un ejemplo en el caso del Nuevo Testamento es el pasaje o perícopa en Juan 8 que habla sobre una mujer adúltera. La mayoría de especialistas pueden presentar una serie de argumentos, con su debida evidencia, por los cuales afirman que ese pasaje no era parte del texto original sino que fue agregado por un copista en una época histórica posterior. La evidencia que suelen presentar, entre otras, son las copias manuscritas más antiguas aún en existencia. Estas copias son parte de los mejores y más completos manuscritos antiguos de los que se tiene registro. En tales copias puede leerse en griego koiné lo que corresponde al verso 52 del capítulo 7 de Juan y el verso inmediato siguiente corresponde al verso 12 del capítulo 8.

No hay que olvidar que la división bíblica en capítulos y versículos fue realizada a partir del siglo XIII de nuestra era, y para conveniencia de los eruditos de la Baja Edad Media; es decir, las copias antiguas no estaban organizadas por esas divisiones.

En el ejemplo, una forma plausible del posible texto original de Juan carece del pasaje de la mujer adúltera, y eso es un consenso entre los especialistas. Por supuesto, al no contar con las palabras escritas por la mano del autor del texto no es posible cotejar ninguna de las copias para determinar de manera indiscutible la forma exacta del texto original. Tan sólo se puede intentar hacer una reconstrucción crítica aproximada por parte de los especialistas con el conocimiento de lenguas antiguas y el acceso directo a las copias existentes. Los conocimientos de los especialistas al momento de realizar una aproximación y las copias que han logrado tener a su alcance han variado con el tiempo; por ejemplo, una aproximación realizada durante el siglo XVIII no llega a las mismas conclusiones que otra aproximación realizada dos siglos más tarde, el conocimiento ha variado y nuevos hallazgos textuales han ocurrido durante ese tiempo. Así, se puede ver a las claras por qué toda reconstrucción crítica es discutible en alguno de sus aspectos.

Parte del público en general suele asumir que las palabras que escucha o lee en su Nuevo Testamento son palabras pronunciadas de viva voz en una escena en vivo, y que en esa escena estaba presente un escriba que tomaba nota fiel de los diálogos que pronunciaban los presentes. Sin embargo, por las dificultades ya mencionadas, no hay manera de tener acceso literal a lo hablado por personas que vivieron en la antigüedad distante. De hecho, no es posible saber cuáles palabras fueron habladas por nadie en la antigüedad, ya sean personajes religiosos o seculares. Tan sólo contamos con copias antiguas de textos cuyos originales han desaparecido por el transcurrir de los siglos. Muchas de esas copias tan sólo son fragmentos, contienen entre sí muchas diferencias de diversos tipos y están en lenguas antiguas que sólo los especialistas pueden intentar entender.

El público en general suele desconocer el nivel de debate y controversia que hoy en día ocurre entre los eruditos en crítica textual. Muchos asumen que los textos de donde provienen sus creencias contienen palabras indiscutibles, palabras en su propio idioma actual y con significados fijos, cerrados, inalterables, incorregibles e inmutables. Pero la realidad es diferente entre las comunidades de especialistas que no están sometidas bajo el dogmatismo de instituciones ultraconservadoras, para ellos los textos están abiertos.

Hay mucho más por considerar de la práctica ecdótica; por ejemplo, el análisis de las razones por las cuales los copistas habrían modificado el texto que copiaban. Tales alteraciones son de muchos tipos y hay un abundante número de ellas. También hay mucho por reflexionar sobre el esfuerzo de otro tipo de especialistas, quienes toman el resultado de una reconstrucción textual crítica e intentan lograr una exégesis o interpretación del significado de dicho texto. Para tal propósito se cuenta con muchos sistemas de interpretación por considerar y muchas corrientes de pensamiento que esos otros especialistas han desarrollado a lo largo de la historia de la crítica textual y de los métodos histórico-críticos, métodos teológico-filosóficos, métodos fenomenológicos, etc.

Saturday, January 10, 2015

La práctica ecdótica

Muchos textos antiguos, sean seculares o religiosos, llegan a nuestros días en condiciones históricas similares: lo más común es que los manuscritos originales se hayan perdido en las arenas del tiempo. Lo más cercano al manuscrito original son copias hechas a mano y escritas en una lengua antigua como copto, siriaco, griego, armenio, latín, hebreo, etc. La mayoría de nosotros jamás hemos visto una sola palabra escrita en esas lenguas; no podríamos distinguir ni siquiera una letra, mucho menos una palabra —ya ni mencionar la posibilidad de entender la idea de un párrafo completo, un capítulo, un libro o una colección entera de libros; además, conceptos como «párrafo» o «capítulo» no eran conceptos usuales en la época histórica de dichas copias.

Entonces, para llegar a entender hoy lo que se quería comunicar de origen en un texto antiguo, como lo escrito por Lucrecio o los textos que forman lo que ahora se conoce como Nuevo Testamento, dependemos de una serie de especialistas. Una compleja cadena de transmisión histórica, transcripciones y traducciones, hasta la publicación contemporánea de un libro que podamos tener en nuestras manos y ante nuestros ojos.

En primera instancia, dependemos del trabajo de especialistas en ecdótica para saber cuáles podrían haber sido las palabras escritas por la mano del autor original. Estos especialistas pueden reconocer mucho más de lenguas antiguas que la mayoría de nosotros jamás podremos y, además, tienen acceso directo a esos textos antiguos. No sólo pueden hojear los textos sino que pueden examinarlos detalladamente de muchas maneras; por ejemplo, para estimar la antigüedad del material físico en el cual está impregnada la tinta, para estimar la antigüedad del tipo de tinta, para examinar la diferencia de antigüedad de las posibles diferentes capas de textos sobrepuestos en el mismo soporte físico, etc.

La práctica ecdótica incluye distinguir dos hechos: la composición del texto original y la transcripción del texto copiado, para luego estimar las posibles diferencias en antigüedad de esos dos hechos por separado. En ocasiones esos hechos están separados por siglos enteros; tal es el caso de la mayoría de las copias de los textos del Nuevo Testamento. Asimismo, un análisis similar se hace para estimar la diferencia en antigüedad entre las diferentes copias existentes.

El trabajo del especialista en ecdótica se torna especialmente complejo al enfrentarse con múltiples copias discrepantes del mismo texto; es decir, copias con multitud de diferencias entre sí. La complejidad aumenta entre más copias existan pues un mayor número de copias significa un mayor número de diferencias. Hay muchos tipos de diferencias que deben considerarse al hacer un intento por reconstruir lo que podría haber sido el texto original. Los especialistas suelen debatir para intentar lograr algún acuerdo, pero con igual frecuencia tan sólo se logran acuerdos parciales y a veces irreconciliables desacuerdos.

En la siguiente ocasión comentaré más acerca de las implicaciones de dichos acuerdos parciales y controversias. Además, hay otros tipos de especialistas por mencionar en la cadena de transmisión histórica.